martes, 18 de octubre de 2016

INVESTIGACION-3 SEM PFC 3

LA FORMACIÓN POR COMPETENCIAS Y LOS ESTUDIANTES: CONFLUENCIAS Y DIVERGENCIAS EN LA CONSTRUCCIÓN DEL DOCENTE IDEAL

Students and competencies formation: convergences and diverfences in constructing the ideal teacher

RESUMEN

El objetivo de esta investigación fue determinar el nivel de coincidencia existente entre las demandas pedagógicas que el Modelo de Formación por Competencias (MFC) hace a los docentes universitarios y las que expresan los estudiantes. Se ha construido un modelo de lo que constituiría un «Docente Universitario Competente» según el MFC, para compararlo con los discursos de los estudiantes, recogidos en ocho grupos focales en los que participaron 54 estudiantes de la Universidad de Chile. Los resultados indican que si bien hay numerosas áreas de coincidencia entre ambas demandas, existen también importantes divergencias en cuanto a la planificación, evaluación, resultados esperados, responsabilidad y didáctica del proceso educativo, encontrándose que los estudiantes se muestran más tradicionales en sus demandas que el MFC.

Palabras clave: Modelo de Formación por Competencias, docente competente, demandas a la docencia, estudiantes universitarios.

ABSTRACT

This research was aimed to determine the level of matching between the pedagogical demands the Competencies Formation Model (CFM) puts on university teachers and those expressed by university students. For this, we have constructed a model of what would constitute a "Competent University Teacher" according to CFM and compared it to discourses of students participating in eight focus groups including 54 students from University of Chile. Results indicate that while there are numerous overlapping areas between both demands, there are also relevant differences in understanding planning, evaluation, outcomes, responsibility and teaching of the educational process, showing that students are more conservative in their demands than the model.

Keywords: Competencies Formation Model, competent teacher, demands on teaching, university students

Introducción

El Modelo de Formación por Competencias (MFC) es presentado por sus partidarios como un nuevo paradigma educativo que puede hacer más efectivo el proceso de enseñanza-aprendizaje en el contexto actual (De Miguel, 2005). No obstante, esa imagen no es aceptada unánimemente por la comunidad de expertos en educación, y es posible encontrar autores que incluso discuten tanto la novedad de este enfoque –Díaz-Barriga (2006), por ejemplo, plantea que esta orientación es solo la última de una serie de propuestas pedagógicas que propugnan innovaciones similares– como el que se ponga tanto acento en la satisfacción de las demandas del mercado laboral y/o en la transmisión de procedimientos técnicos (Gómez y Alzate, 2010).

Independientemente de que esas críticas hayan sido o no adecuadamente respondidas (véase, por ejemplo, cómo Van Vucht Tijssen y De Weert (2005) niegan que adoptar este modelo implique necesariamente optar por la simple racionalidad instrumental), no es posible dudar del impulso que este enfoque ha ido alcanzando en la educación superior en los últimos años y la legitimidad que ha adquirido como perspectiva pedagógica. Así por ejemplo, la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior y el acuerdo de Bolonia optan por esta perspectiva docente (Fernández-Salinero, 2006) y muchas universidades, a impulsos propios o externos, han adaptado o se encuentran adaptando sus procesos formativos a las recomendaciones y lineamientos sugeridos por este modelo.

Es posible afirmar que la implementación del MFC implica hacer modificaciones en dos niveles del sistema formativo: a) en primer lugar, requiere un rediseño de la estructura curricular, de manera de pasar de un enfoque basado en el logro de objetivos, a la formación de competencias, lo que implica repensar completamente los contenidos a incluir y su interrelación (Tardif, 2003; b) exige una nueva forma de trabajo al docente de aula, que debe reorientar su quehacer de manera de transitar desde un enfoque pedagógico centrado en el profesor a otro centrado en el estudiante (Tejada, 2002).

En relación con la segunda serie de transformaciones existe un importante volumen de evidencia que señala que una docencia centrada en el estudiante tiene consecuencias positivas tanto en la magnitud como en la profundidad de los aprendizajes de los alumnos (González, 2010). No obstante, una variable que podría asumir un rol mediador clave en la relación entre esta perspectiva docente y sus efectos positivos puede ser el grado en el que este nuevo estilo de docencia es coherente con las expectativas que tienen los estudiantes respecto de la conducta de los profesores, ya que la no convergencia entre ambas puede conspirar contra su eficacia y disminuir las probabilidades de éxito en la implementación del MFC o de cualquier otra propuesta de innovación docente.

Si bien existen algunos precedentes en el intento de determinar las demandas que los estudiantes universitarios hacen a sus profesores, la mayor parte de esos estudios se remite a un relato descriptivo, sin compararlo con algún modelo pedagógico (Casero, 2010; Gallardo y Reyes 2010; Giné, 2008; Greimel-Fuhrmann y Geyer, 2003; Jahangiri y Mucciolo, 2008) o utilizan metodologías cuantitativas que restringen las posibilidades de respuesta de los estudiantes y, por lo tanto, no permiten realizar una comparación exhaustiva con algún modelo educativo (Chonko, Janner y Davies; Francis, 2006; Okpala y Ellis, 2005; Pozo, Rebolloso y Fernández, 2000).

Excepciones a lo señalado son los estudios de Bedek y Urbanc (2009) y de Gargallo, Sánchez, Ros y Ferreras (2010), quienes plantean la existencia de coincidencias entre las demandas de alumnos universitarios y lo que solicita a los profesores el proceso de Bolonia, o lo que denominan el «modelo de facilitación del conocimiento» (cuya descripción es equivalente a los principios del MFC). El problema de estas investigaciones es que, más allá de lo concluido por los autores, los instrumentos de producción de información empleados (basados en preguntas cerradas) no permiten dilucidar en forma clara y detallada el grado de coherencia entre ambas orientaciones.

Por todo lo anterior, es posible afirmar que actualmente la evidencia disponible no es concluyente respecto de la confluencia entre lo que el MFC requiere de los docentes y las demandas de los estudiantes universitarios.

1. Formulación del problema e hipótesis

En la presente investigación se construirá la caracterización que hace el MFC de un profesor ideal (o «docente competente», según su propia nomenclatura), para luego contrastar esta descripción con las demandas que formulan los estudiantes universitarios a sus educadores, a fin de constatar las similitudes y divergencias entre ambas orientaciones normativas.

Dados los resultados de estudios previos (Bedek y Urbanc, 2009; Gargallo, Sánchez, Ros y Ferreras, 2010) se hipotetiza que la definición de los atributos de un profesor perfecto es la misma, tanto si ella se construye desde el MFC, como si se le describe desde las demandas de los estudiantes. Ya que se considera discutible la existencia de esta convergencia, el objetivo de esta investigación será poner a prueba esta hipótesis utilizando como evidencia las descripciones que hacen del profesor ideal el MFC y los discursos de los estudiantes de una universidad chilena.

La relevancia de realizar esta comparación radica en que los importantes esfuerzos y recursos que se están destinando actualmente a la introducción de la formación por competencias en la educación superior universitaria exigen realizar estudios socioeducativos respecto de las posibilidades de éxito del proceso y, como ya ha sido señalado por los mismos impulsores de este cambio, la transformación exitosa del sistema educativo solo será posible con la participación y disposición favorable a la innovación de los distintos colectivos que forman parte de las estructuras a modificar (De Miguel, 2006). Por ello, es posible sostener que si no hay un cierto nivel de compatibilidad entre las visiones que los estudiantes tienen de «profesor ideal» y el MFC, es muy posible que este último enfrente resistencias que arriesguen el éxito de su implementación.

Si bien la posibilidad de generalizar los resultados de esta investigación está limitada por haberse realizado en una sola universidad, el que esta sea la mayor institución de educación superior chilena y que por su calidad y carácter público acoja a jóvenes provenientes de una importante diversidad social, territorial y cultural permitirá establecer una aproximación a la coherencia entre las demandas de los estudiantes y las del MFC, al menos para el caso chileno.
Con el fin de juzgar si este discurso estudiantil es generalizable a otros países y contextos, en las conclusiones se discutirá su semejanza con lo reportado por otros estudios similares.
A continuación se describe lo que constituye un profesor ideal desde la teoría de formación por competencias, modelo que ha sido construido a partir del análisis de textos elaborados por autores que respaldan esa propuesta pedagógica.

2. El profesor ideal según la formación por competencias

En términos generales y siguiendo a De Miguel (2006), podemos señalar que el MFC plantea que la pedagogía debería centrarse no solo en transmitir conocimientos, sino también en entregar destrezas acerca de cómo operar y de cómo disponerse personalmente para la ejecución eficiente de las tareas. En función de ello se adoptará como definición general de competencias la noción de que estas «constituyen estructuras complejas de procesos que las personas ponen en acción-actuación-creación para resolver problemas y realizar actividades (de la vida cotidiana y del contexto laboral profesional), orientadas a la construcción y transformación de la realidad» (Fernández-Salinero, 2006: 138-139).

Estas estructuras se apoyan en la movilización y utilización eficaces de una variedad de recursos (internos y externos, actitudinales, valóricos y cognitivos), lo que implica que ser competente requiere combinar una serie de destrezas relacionadas con el ser, el hacer y el conocer (Villa y Villa, 2007). Respecto del ser, se señala que un profesional o docente competente debe actuar con adecuación a los códigos de conducta, los valores y la ética que regulan su profesión, debe ser responsable con sus obligaciones, tener una correcta imagen de sus capacidades y limitaciones y debe preocuparse por la calidad de su trabajo. En relación con el hacer, se menciona la necesidad de disponer de habilidades generales (dentro de las que se encuentran la capacidad de planificar y diseñar una tarea, integrar y liderar grupos, pensar creativa y críticamente, actuar en forma autónoma y aprender de la práctica, entre otras) y específicas (respecto de las cuales se mencionan el dominar las herramientas tecnológicas de su disciplina, tener la experiencia práctica para operar en ella y manejar técnicas que permitan reconocer y resolver los problemas que enfrenta). Finalmente, acerca del conocer se explicita que para ser competente se debe tener conocimiento significativo y actualizado, tanto de lo que la disciplina juzga en ese momento como verdadero, así como de los debates en curso.

En función de esa caracterización global, podemos señalar que el modelo de formación por competencias formula nueve propuestas específicas de transformación del trabajo de un docente (esta síntesis ha sido construida siguiendo a Bozu y Canto, 2009; De Miguel 2005; De Miguel 2006; Tejada, 2009; Valcarcel, 2005; Zabalza, 2003):

a)
En el campo de la planificación del proceso educativo se sugiere pasar de una programación rígida y a priori, que solo considera los contenidos por transmitir y los objetivos de aprendizaje por lograr, a una planificación flexible que se adapte a las condiciones de entrada, motivaciones y aspiraciones del grupo concreto con el que se esté trabajando.
b)
En el ámbito del dominio disciplinario se transita desde demandar principalmente que el profesor sea un sabio con un dominio exhaustivo del campo, a solicitar que el académico actúe como un consultor experto capaz de seleccionar, enfatizar, ordenar y significar los contenidos relevantes, en función de un contexto aplicado y relevante para los estudiantes.
c)
En términos didácticos se debiera evolucionar desde exigir solamente un expositor claro, capaz de producir una clase magistral informativa, a un conocedor de la didáctica, capaz de emplear múltiples técnicas y usarlas en función de sus objetivos y del grupo al que se enfrente.
d)
En relación con la actitud del profesor se discurre desde valorar a un docente serio, es decir, fuertemente comprometido con las materias disciplinarias que trabaja, pero que controla la expresión de sus emociones, a un docente centrado en el motivar a sus estudiantes, lo que supone un maestro apasionado, capaz de proyectar en los educandos su   entusiasmo por su disciplina y la docencia.
e)
Por su parte, en la interacción con los estudiantes se camina desde el modelo de un profesor respetuoso de sus alumnos, pero distante y que toma por sí solo todas las decisiones relacionadas con la asignatura, en función de su saber, a un docente igualmente respetuoso, pero más cercano y capaz de escuchar y permitir opinar e incidir a los estudiantes.
f)
Respecto de la evaluación de los aprendizajes se sugiere un cambio desde medir en forma precisa los conocimientos logrados por los estudiantes a considerar, además, el nivel de dominio de las competencias alcanzadas y utilizar las evaluaciones de manera formativa. Esto implica aumentar la gama de instrumentos de evaluación empleados para que estos vayan más allá del examen escrito.
g)
Desde el punto de vista de los resultados esperados del proceso formativo se pasa de poner el foco en que los estudiantes manejen contenidos disciplinarios, a lograr que estos desarrollen múltiples y diversas competencias generales y específicas, profundizando en la capacidad de acción profesional y en la transmisión de nuevas estructuras de interpretación.
h)
En términos del foco del proceso de enseñanza/aprendizaje se propone un desplazamiento desde un proceso centrado en el profesor y su capacidad de enseñar, a otro orientado hacia el estudiante y el fomento de sus habilidades de aprendizaje autónomo.
i)
Finalmente, en relación con la complejidad de las exigencias pedagógicas que se hace al docente se pasa de las demandas simples, centradas en que el profesor actúe responsablemente al planificar la asignatura, dicte clases magistrales informativas y construya exámenes válidos, a requerimientos más complejos que se traducen en el ser capaz de conducir un proceso educativo flexible, diverso, interactivo, formativo y centrado en el estudiante.

Para el modelo de formación por competencias un profesor ideal es aquel que asume como su responsabilidad la facilitación de los aprendizajes de los estudiantes y posee los conocimientos disciplinarios y las competencias pedagógicas para planificar y ejecutar una serie flexible de actividades didácticas diversas, adaptadas y centradas en sus estudiantes, con los cuales mantiene interacciones motivadoras, abiertas y cercanas, conducentes al desarrollo de capacidades de autoaprendizaje y habilidades específicas y generales, las que son evaluadas formativamente utilizando diversos dispositivos que le permiten certificar el dominio de competencias que obtienen sus educandos.

La Tabla 1 sintetiza en términos esquemáticos la forma en que se concibe a un profesor ideal desde esta propuesta docente en comparación con la pedagogía tradicional.




3. Método

Para determinar las demandas que los estudiantes formulan a sus docentes se optó por realizar una investigación cualitativa utilizando el grupo focal como técnica de producción de datos, pues dicha estrategia permite acceder en forma abierta y profunda a los contenidos y valoraciones que los sujetos despliegan respecto de los temas investigados, permitiendo los intercambios grupales y discusiones acerca de sentimientos, actitudes, creencias y experiencias (Morgan, 1990).

La producción de datos se realizó durante el año 2010, utilizando un muestreo estructural para seleccionar alumnos de 16 carreras de la Universidad de Chile, agrupadas en cuatro categorías: humanidades, artes, ciencias y salud, para así obtener la opinión de la máxima diversidad de participantes. En cada categoría se realizaron dos grupos, uno con alumnos de primer y segundo año y otro con estudiantes de tercer y cuarto año.

Así, se realizaron ocho grupos focales en total, todos con alumnos de ambos géneros, en los que participó un total de 54 estudiantes.

La selección de los participantes fue no probabilística e intencional, ya que la muestra respondió a un criterio de comprensión y pertinencia y no a uno de representatividad estadística (Dávila, 1993).

La pauta para la discusión en los grupos focales fue diseñada, puesta a prueba, evaluada y modificada en función de los resultados de una investigación piloto, que contempló la realización de cuatro grupos focales en una sola facultad de la misma universidad (Facultad de Ciencias Sociales).

Los grupos fueron grabados, transcritos y analizados según los procedimientos de análisis de contenido (Taylor y Bogdan, 1992), lo que implicó clasificar las afirmaciones de los estudiantes en redes de categorías jerárquicas que permitieron organizar y determinar las demandas que realizan a sus docentes. Las categorías fueronconstruidas durante el estudio piloto ya descrito, pero adaptadas a los resultados de la presente investigación. La categorización de las frases fue realizada por los investigadores utilizando el software Atlas. ti 5.0 (2004).

  
4. Resultados

4.1. Planificación del proceso educativo (rigidez vs. flexibilidad)
En el discurso estudiantil son pocas las referencias a este tema, por lo que parece poco relevante para la definición de un buen profesor desde la perspectiva de los alumnos. Esto posiblemente no indique que el tema sea esencialmente poco importante, sino probablemente tiene relación con que gran parte del proceso de planificación docente queda fuera de la mirada de los estudiantes, quienes solo pueden inferirlo a partir del desempeño del profesor en la sala de clases.

No obstante, cuando este tema se menciona, tienden a aparecer algunas peticiones relacionadas con realizar una docencia más «contextualizada». Así, los estudiantes solicitan que sus profesores ejemplifiquen los contenidos con temas aplicados, contingentes o cercanos al mundo laboral.

Otra de las demandas que aparece en este ámbito, es que los profesores adapten su discurso al nivel de conocimientos previos del grupo curso:

El profe trataba de aplicar las cosas y además tenía la noción de que no todos estábamos al mismo nivel, siempre hay gente que en física y matemática, ya saben todo y van a la clase a ampliar su conocimiento general, pero hay otros, por ejemplo, a mí me costaba más y el profesor no tenía ningún problema después de clase en quedarse y responder las dudas (estudiante Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, tercer año).

Sin embargo, la demanda más recurrente en este tema se concentra en solicitar, como un «mínimo indispensable», que el profesor sea «ordenado», es decir, que exista una secuencia de contenidos programada a priori y coherente (sin saltos, divagaciones o reiteraciones no justificadas) que el estudiante pueda comprender y seguir:

[Es importante] el tema como de la metodología, o sea, como un orden, porque de repente los profes saltan de un momento a otro y ¿qué pasó al medio? o tenían un programa y de repente hablan cuestiones que tú no entiendes porque en el fondo no notaste qué pasó (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, cuarto año).

En suma, la demanda estudiantil parece ser una planificación con flexibilidad limitada, donde se pueden hacer modificaciones a la planificación original, pero solo si se respeta en lo esencial dicha planificación. Esto parece indicar una coincidencia solo parcial con lo propugnado por el MFC.

4.2. Dominio de contenidos (sabio exhaustivo vs. consultor experto)
 En este ámbito los estudiantes exigen unánimemente y también con carácter de «mínimo indispensable», que el docente posea un conocimiento actualizado y profundo de los contenidos del curso.

Yo no dudo de que el profesor que me hace una clase en la Universidad de Chile no tenga el conocimiento que requiere, ni tampoco dudo que sea el conocimiento más actualizado al respecto (estudiante Facultad de Medicina, primer año).

Por ello, cuando hablan del nivel de dominio disciplinario de sus profesores, señalan reiteradamente que dichos conocimientos no son suficientes para calificar a un académico como «buen docente». Para eso es necesario que también sea capaz de relacionar los contenidos con el mundo laboral, con la coyuntura política o social, con situaciones prácticas generales y que su discurso no sea una mera repetición de los textos preexistentes, sino que se reconozca en él un aporte personal producto de su investigación o experiencia:

[Es necesario] también una actitud crítica, que no siempre se da en los profesores de la carrera. Es que a mí me ha tocado enfrentarme a muchos profesores que no asumen una actitud crítica y no tienen un buen fundamento para lo que plantean y sus clases son una pura repetición de cosas dichas, en el fondo. O sea, a mí me gusta mucho que el profesor tenga una propia perspectiva sobre los temas que está tratando, que se muestre un compromiso con su trabajo (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, tercer año).

En consecuencia, en esta área las demandas de los estudiantes parecen perfectamente compatibles con el MFC: se espera un «experto» capaz de significar y acentuar los conocimientos, más que un mero sabio conocedor de innumerables contenidos.

4.3. Didáctica (clases expositivas vs. múltiples técnicas pedagógicas)
En el campo de la didáctica, los estudiantes participantes parecen tener una mirada bastante tradicional. Si bien hay algunas referencias a la utilidad de disponer de buena bibliografía, recibir guías de ejercicios, que las presentaciones se apoyen en herramientas audiovisuales y realizar actividades de laboratorio, en general no parece haber una demanda específica para que el docente emplee múltiples técnicas pedagógicas.

Incluso más, en relación con la utilización de herramientas tecnológicas de apoyo a la docencia, si bien no hay un acuerdo discursivo total, predomina la noción de que incluso podrían obstaculizar el aprendizaje, pues los profesores no siempre hacen un buen uso de ellas.

Estoy totalmente en contra de mis profesores que usan el Power Point porque creo que es una forma de descansar sobre el Power Point, o sea, un profesor puede llegar no preparado, pero con un power en unpendrive y puede hacer una clase, no sé cómo, pero después yo veo mis apuntes y veo que son un disparate de ideas (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, tercer año).

Así, en el campo de la didáctica, la demanda estudiantil parece centrarse, casi exclusivamente, en clases expositivas tradicionales pero de buena calidad, en las cuales no solo se exponga la información indispensable que no es posible obtener de otras fuentes, sino que principalmente constituyan espacios en los que el académico aplique los contenidos a situaciones concretas, introduzca su particular mirada respecto de los temas, responda las consultas de los estudiantes y ordene y simplifique materias y debates de difícil comprensión.

A mí los profesores que me han gustado son aquellos que para empezar son buenos comunicadores (…) que llaman la atención de los estudiantes, que presentan didácticamente la materia, que la explican, que cambian la entonación, tienen estrategias para que la clase sea de manera didáctica y que el alumno capte la materia (…). Además, muchas veces la materia era muy complicada, una lista enorme de nombres y de relaciones de muchas sustancias químicas, pero que un profesor sepa resumirlo, esquematizarlo y sepa aterrizar la materia es muy bueno para que los estudiantes logren captar de qué se está hablando (estudiante Facultad de Medicina, segundo año).

Estas clases son muchas veces calificadas por los estudiantes como «entretenidas», pero sería un error creer que con esa denominación ellos están haciendo referencia solo a una noción ingenua de diversión, sino que por el contrario, usualmente denominan así la experiencia de haber sido espectadores de una presentación informativa, dinámica, ordenada y provocadora, dictada por un buen comunicador.

Yo creo que un buen profesor siempre es divertido, siempre es entretenido porque un buen profesor supuestamente hace una buena exposición, te da ciertas perspectivas y despierta curiosidades, despierta preguntas (estudiante Facultad de Artes, cuarto año).

En suma, a diferencia de lo propuesto por el MFC, los estudiantes parecen articular una demanda más centrada en mejorar la clase expositiva según sus recuerdos de buenos expositores, que en reemplazarla por otros dispositivos didácticos.

4.4. Actitud del docente (seriedad vs. pasión)
En este tema, los estudiantes demandan un profesor que no solo esté altamente comprometido con su disciplina y las materias que investiga y enseña, sino que además, sea capaz de proyectar y demostrar ese interés a través de su conducta y compromiso docente.

En otras palabras, el profesor ideal debe ser un apasionado por las materias que enseña, capaz de transmitir su entusiasmo a sus estudiantes.

La característica más importante es la transmisión de la pasión frente al conocimiento, frente a lo que te están entregando y que él tenga una actitud provocadora ante los alumnos, o sea, que no solamente sea una transmisión del conocimiento, sino que sus clases, sus palabras, tengan el poder de provocar efectos en mí (…), que él me entregue herramientas también para poder yo desarrollar otra visión (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, tercer año).

Es importante notar que no es suficiente con que el docente tenga pasión por el tema que trabaja. Para ser un buen profesor también es necesario que este muestre similar interés por la transmisión del conocimiento a sus educandos.

Que tenga una entrega genuina, una vocación genuina, no interesada, que tenga lo menos posible de ego, yo creo, y eso también tiene que ver con la prepotencia de no imponer sus ideas (…) y que el alumno sea escuchado, eso yo creo que es fundamental, que haya motivación y disposición para eso y para eso tiene que haber una vocación (estudiante Facultad de Ciencias, primer año).

En síntesis, en este campo parece haber un completo acuerdo entre los estudiantes y el MFC: se demanda un profesor que proyecte su pasión a los estudiantes.

4.5. Interacción con los estudiantes (respeto lejano vs. respeto dialogante)
En su interacción con los profesores, los estudiantes demandan fundamentalmente una relación dialogante, en la que ellos puedan sentir la confianza necesaria para plantear sus propias opiniones y percepciones respecto de los contenidos tratados y recibir retroalimentación constructiva. Los estudiantes piden tener voz, ser escuchados y ser corregidos, en caso de estar equivocados.

Dentro de las clases los profesores que están dispuestos a contestar tus preguntas y problematizar junto a ti sobre los temas que se están tratando en clase… de nuevo vuelve un poco al tema anterior, del feedback y de la motivación con que uno se presenta en la clase, porque si uno está presente con una persona que uno sabe que te va a escuchar, te va a prestar atención, es súper distinto (estudiante Facultad de Comunicación e Imagen, segundo año).

Ahora bien, para que ese tipo de relación ocurra, tiene que haber un ambiente de respeto mutuo entre el docente y el grupo curso, pues de lo contrario el estudiante se inhibe de participar. Según el discurso de los participantes, el temor a la vergüenza que implica el escarnio público por parte de algún profesor inadecuado es muy alto entre los estudiantes.

Cuando un profesor se burla o es irónico, si yo escucho que a mi compañero, él habló y lo trataron, lo barrieron por el suelo, yo no voy a querer decir algo aunque yo esté seguro que estoy bien, porque yo puedo incluso decir ‘oye, yo sé eso que el profesor no sabe’, pero no me arriesgo a decírselo porque si él encuentra la manera de ironizarme a mí es terrible" (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, cuarto año).

El respeto por los estudiantes no solo se refleja en el trato directo, sino también en el nivel de cumplimiento de los compromisos por parte del docente. De esta forma, los comportamientos evaluados como irresponsables son interpretados como una falta de respeto.

Una primera cosa tiene que ver con cumplir ciertos requisitos mínimos que yo creo que se espera de cualquier persona que trabaja con otras personas o que forma a otras personas, como es el tema de la puntualidad, que sea responsable con ciertas fechas (…) que te traten de manera relativamente respetuosa, con grados de coloquialidad que pueden corresponder de acuerdo a la confianza que tú tienes (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, tercer año).

Adicionalmente, los estudiantes también exigen que, en un ambiente de respeto y diálogo, el docente sea capaz de mantenerse en su lugar de conductor del proceso educativo, sin comportarse nunca como un par de los estudiantes.

A mí también me ha pasado que hay profes que me cansan, que son demasiado cercanos, y que cuando dejan de hacer su clase pasan a ser un par, eso también encuentro que es un poquito, no sé (estudiante Facultad de Odontología, cuarto año).

En síntesis, los estudiantes parecieran estar demandando casi lo mismo que lo enfatizado por el MFC: la presencia de un docente fuertemente dialogante, pero que igualmente mantenga el control del proceso educativo.

4.6. Evaluación de los aprendizajes (evaluaciones finales válidas vs. evaluaciones formativas y de proceso)
Siendo la evaluación de los aprendizajes uno de los temas más importantes para los estudiantes, se debe señalar que prácticamente no aparecen demandas por ampliar la gama de instrumentos de medición o para que se evalúe el nivel de desarrollo de las competencias a lograr. A lo sumo, aparecen algunas referencias para incorporar evaluaciones más motivadoras que el clásico examen escrito.

Las evaluaciones que también de cierta manera motiven a los estudiantes, por ejemplo, si es que uno hace un trabajo investigativo, es súper interesante aplicar la materia en cierto problema social actual o cierto problema comunicacional actual, a mí me gusta mucho hacer ese tipo de trabajos porque puedo aplicar lo que veo teóricamente a nuestra realidad (estudiante Facultad de Comunicación e Imagen, primer año).

Las principales demandas de los estudiantes en este campo tienen relación con la necesidad de recibir una retroalimentación que vaya más allá de la mera calificación obtenida, de modo que el proceso de evaluación tenga un carácter más formativo que sumativo.

Se espera, además, que los instrumentos de evaluación midan conocimientos sustantivos y no solamente memorización de contenidos específicos, así como que cuenten con pautas de correcciones objetivas y claras.

Una pauta, eso, de evaluación, porque las evaluaciones muchas veces son arbitrarias y queda poco claro cuál es el objetivo de esta evaluación, tanto para saber qué te están evaluando y por qué te sacaste esa nota (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, cuarto año).

Lo que sí encuentro yo es que (…) las cosas que nos preguntan después en las pruebas no son atingentes a nuestro desarrollo profesional, o sea, son más de especialistas (…) se enfocan a cuestiones demasiado específicas que a fin de cuentas no te van a servir nunca (estudiante Facultad de Medicina, cuarto año).

Es interesante notar que no se percibe ningún discurso orientado a disminuir la dificultad de las evaluaciones, sino a hacerlas coherentes con lo trabajado en clases.

Encuentro que tampoco la idea de la universidad es regalar las notas, que todos pasen (…), pero naturalmente tiene que estar eso en concordancia con lo que hizo. O sea, no puede ser un profesor que no hizo nada y después haga una prueba muy difícil. O sea, la clase tiene que tener un carácter que se vea reflejado en la prueba, si la clase es difícil, la prueba tiene que ser más difícil (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, primer año).

En suma, si bien las demandas del MFC y de los estudiantes parecen muy similares, el MFC parece ir más allá de lo solicitado por los alumnos al profundizar, tanto en la necesidad de utilizar diversos dispositivos de evaluación, como en la medición de competencias.

4.7. Resultados esperados (dominio de contenidos disciplinarios vs. desarrollo de competencias generales y específicas)
En esta área, los estudiantes concuerdan con el MFC en términos de que el profesor no debe limitarse a transmitir contenidos disciplinarios específicos, sino que además, debe intentar producir cambios metacognitivos en sus educandos, transmitiendo nuevos esquemas de interpretación que les permitan entender de manera más elaborada los temas tratados.

Una parte es cómo te enseñan a pensar, eso es lo que yo creo que uno debería aprender en clase, más que la materia en concreto es cómo te enseñan a pensar, y la otra parte que uno tiene que aprender son los datos duros o las cosas que hay, la materia que hay (…) porque en el fondo también para ir desarrollando la forma de pensar es esencial la materia que se sabe, lo que tú estás estudiando (estudiante Facultad de Ciencias, segundo año).

No obstante, en el discurso de los estudiantes no se percibe que estos consideren como tarea fundamental del profesor el desarrollar un abanico de competencias profesionales generales y específicas en sus educandos, sino que concentran sus demandas en la habilidad del docente para generar en los estudiantes capacidades autónomas de reflexión, que les permitan construir una mirada personal respecto del conocimiento.

Yo creo que un profesor tiene que motivar a sus alumnos independientemente del enfoque que él tenga y que motive a los alumnos a seguir más allá, no quedarse con lo que él diga. Yo una vez tuve un profesor [que decía] que no le creyéramos, que no le creyéramos las cosas que él nos decía, que todas las cosas que creyéramos fueran cuando las demostrara de verdad, en el fondo eso, que nos motiven a nosotros mismos a ir más allá de las cosas y buscar nuestro propio enfoque de cada materia, de las cosas que estemos buscando (estudiante Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, segundo año).

En conjunto, parece haber una coincidencia parcial entre los estudiantes y el MFC. Estos parecen estar centrados en el desarrollo de habilidades metacognitivas y en el dominio disciplinario –lo que no es poco–, pero sin plantearse como finalidad de su formación, al menos explícitamente, el desarrollo de mayor diversidad de aprendizajes.

4.8. Foco del proceso educativo (capacidad del docente para enseñar vs. capacidad del estudiante para aprender)
Los estudiantes señalan que para ellos la labor pedagógica debe estar centrada exclusivamente en los estudiantes y en su aprendizaje, lo que también exige que los académicos le asignen una relevancia prioritaria a sus actividades docentes dentro del total de sus obligaciones académicas.

Hay profesores que no están cuando les toca, hay profesores que están trabajando en otra parte y no están cuando el alumno lo requiere, cuando les corresponde por horario, hay otros que no están motivados, simplemente dejan al estudiante, ‘ya, busquen a un paciente, hagan lo que tienen que hacer’. Sin embargo, también está el otro lado, los docentes que son muy preocupados, que están vigentes, que están ahí todo el tiempo, que incentivan a los estudiantes (estudiante Facultad de Medicina, segundo año).

En cualquier caso, se debe recalcar que en el discurso de los estudiantes la responsabilidad del docente va mucho más allá de la mera generación de un espacio de aprendizaje a través de su curso. Los alumnos asignan al profesor una responsabilidad directa en la generación de aprendizajes efectivos en sus educandos, exigiendo que el profesor no solo enseñe, sino que se asegure de que los estudiantes aprenden.

Cuando hay vocación hay interés del profesor porque los alumnos aprendan, en el caso del curso de XXX, nadie entendió nada y el profe dijo ‘a ver, ¿cómo lo explico?, brubrubrubru, y al final fue lo mismo o peor tal vez, y luego dijo ‘bueno, ya, no importa, vamos a seguir con el resto’. Lo que te pasó a ti, tú le pediste ayuda como extraoficialmente y te dijo ‘bueno, tal vez este es tu tope, este es tu techo y no vas a superarlo (estudiante Facultad de Filosofía y Humanidades, primer año).

En consonancia con el alto nivel de responsabilidad asignado al docente en el proceso de enseñanza-aprendizaje, prácticamente no aparecen en el discurso estudiantil referencias a la responsabilidad de los alumnos en el proceso de aprendizaje. Por lo tanto, desde su perspectiva, aunque el proceso educativo debe centrarse en el estudiante, la responsabilidad de los aprendizajes parece recaer casi exclusivamente en el profesor.

En consecuencia, en este campo parece haber una coincidencia parcial entre los estudiantes y el MFC: pese a que los primeros demandan que el proceso de enseñanza se centre en ellos, no parecen asumir con claridad la autorresponsabilidad que ello implica en el logro del aprendizaje. En sus discursos el que ellos logren aprender casi siempre parece derivar directamente de la capacidad de sus profesores.

4.9. Nivel de exigencias al docente (exigencias pedagógicas simples vs. exigencias pedagógicas complejas)
Como puede desprenderse de los resultados ya presentados, el discurso de los estudiantes respecto de lo que constituye un buen profesor implica un alto nivel de exigencia para los docentes. Así, los estudiantes esperan de los educadores universitarios importantes capacidades cognitivas, actitudinales, afectivas, relacionales y pedagógicas.

Lo más complejo de este set de demandas no es solo su cantidad y diversidad, sino que se requiere que el docente sea capaz de encontrar el «justo medio» entre demandas polares. Por ejemplo, los educadores deben ser capaces de generar confianza y cercanía con sus alumnos, pero no demasiada, como para que la relación no se transforme en una totalmente horizontal; deben realizar evaluaciones de alta exigencia para los alumnos, pero no en exceso; deben programar la asignatura para que cada una de las clases tenga una estructura lógica y ordenada, pero tienen que estar dispuestos a flexibilizarlas para adaptarse a las motivaciones de los estudiantes, entre otras.

Ante este panorama, cabe preguntarse si los estudiantes tienen conciencia de la complejidad de sus demandas y de cómo creen ellos que se puede lograr este tipo de docencia. A este respecto, hay muy pocas referencias en su discurso que apunten a la complejidad del trabajo del docente, por lo que se puede responder negativamente a la primera interrogante.

Respecto de la segunda pregunta, los estudiantes plantean dos sugerencias que implican sendas demandas a la institución universitaria: que los profesores adquieran experiencia docente previamente a tener la responsabilidad de conducir un curso y que se les brinde a los académicos espacios de capacitación en pedagogía.

En mi experiencia propia, los profesores que se han interesado en perfeccionarse en sentido pedagógico se nota demasiado, la preocupación que tienen en ese sentido es mucha y lo transmiten súper bien, entonces es fundamental (estudiante Facultad de Artes, tercer año).

En síntesis, en la actualidad los estudiantes no parecen conformarse con tener como profesores a los mejores expertos en sus disciplinas: hoy demandan también y sobre todo contar con excelentes docentes.

Conclusiones

Lo primero que esta investigación ha constatado son las altas expectativas que tienen los estudiantes universitarios respecto de sus profesores. No cabe ninguna duda de que los estudiantes están demandando un nuevo tipo de docente, poseedor de un amplio abanico de habilidades.
Para los estudiantes un docente universitario debe ser capaz de:

Producir un curso bien organizado, pero adaptable al nivel, heterogeneidad y motivaciones de los alumnos.
Disponer de un alto y actualizado nivel de conocimientos acerca de la materia que enseña, que le permita discriminar los contenidos relevantes y exponer su propia posición en cada debate.
Desarrollar clases expositivas altamente motivadoras, informativas, claras y ordenadas.
Transmitir a sus estudiantes su pasión, tanto por el tema del curso, como por la enseñanza.
Generar un clima de respeto que permita la participación del alumnado, pero sin entregar el control del proceso educativo.
Producir evaluaciones justas, válidas, motivadoras, de un nivel de exigencia adecuado y ajustadas a la complejidad de las clases.
Centrar su trabajo académico en la formación de los estudiantes.
Responsabilizarse por lograr aprendizajes efectivos y sustantivos en los estudiantes.

¿Es generalizable esta evidencia, o es solo aplicable a los estudiantes de la universidad en la que se realizó la investigación? La mayor parte de los estudios empíricos previos apoya la extensión de estos descubrimientos a otras situaciones. Algunos estudios cuantitativos concluyen que el constructo de «calidad docente» tiene una estructura interrelacionada, pero temáticamente diversa, defendiéndose incluso de que se trata de un concepto con nueve dimensiones (Marsh, 1991). La investigación cualitativa por su parte, también confirma esta pluralidad de demandas. Por ejemplo, Gallardo y Reyes (2010) señalan que los estudiantes solicitan un profesor:

Cercano afectivamente, capaz de adaptar su clase a los estudiantes y crear espacios para sus opiniones y dudas.
Entusiasta y centrado en la labor docente.
Con las habilidades necesarias para transmitir conocimientos complejos.
Con un manejo de grupo adecuado.
Capaz de seducir al estudiante por las actividades desafiantes que plantea, por su manejo del tema, su capacidad de ejemplificar y su conocimiento del mundo profesional.

En la misma línea, Casero (2010) describe múltiples e interconectadas demandas estudiantiles relacionadas con la capacidad del docente de exponer, de ordenar los contenidos, de responder consultas, de tener un conocimiento profundo del tema, de adaptar el curso a los estudiantes, de motivar, de relacionar los contenidos con la práctica, de evaluar en forma justa y coherente, de ser responsable, cercano y respetuoso con sus alumnos, entre otras.

La presencia de altas demandas respecto de la docencia universitaria sin duda constituye una buena noticia, pues implica que los estudiantes presionarán para lograr el mejoramiento de la formación que reciben. Sin embargo, esto puede también constituir un problema si el otro actor clave del proceso, los profesores, no tienen conciencia de las habilidades que se esperan de ellos y de la vara con la que se les mide. Lo anterior puede ser aún más complejo al considerar que una de las explicaciones que los estudiantes construyen para entender por qué existen los malos profesores es atribuirlo a la simple falta de voluntad de estos (existe otra justificación, más constructiva, aunque menos frecuente, que es la falta de capacitación en pedagogía).

Entonces, es posible afirmar que los estudiantes universitarios actuales tienen altas expectativas del desempeño docente de sus profesores, pero ¿son compatibles estas demandas con las establecidas por la formación por competencias?

Del análisis sistemático de los discursos de los estudiantes se desprende que nuestra hipótesis de trabajo, que sostenía la plena coherencia entre el MFC y las expectativas de los alumnos, ha sido apoyada solo en parte por los datos empíricos. De esta forma, si bien hay áreas en las que existe pleno acuerdo entre ambas posiciones, hay otras en las que el acuerdo es solo parcial.

Ejemplos del primer caso son: el énfasis en la necesidad de que el profesor sea respetuoso y cercano a los estudiantes, capaz de exteriorizar su compromiso y pasión por su disciplina y la docencia; la exigencia que se plantea al docente para no ser solo un experto en los contenidos sino que además sepa darles un sentido significativo para sus alumnos; o la demanda de altas capacidades pedagógicas a los docentes.

En el segundo caso, es decir, áreas en la que el acuerdo es solo parcial, encontramos: a) en planificación, si bien los estudiantes esperan del profesor la capacidad de adaptarse al contexto y a los estudiantes, prefieren un curso organizado a priori, con una estructura que facilite la comprensión de los temas; b) en evaluación, los estudiantes demandan evaluaciones válidas y formativas, pero no se plantean la necesidad de utilizar distintos formatos de medición; c) en resultados esperados, los estudiantes esperan que sus profesores les transmitan nuevos marcos metacognitivos, pero no que formen competencias profesionales; y d) en responsabilidad del proceso de enseñanza-aprendizaje, los alumnos tienden a centrar la responsabilidad de sus aprendizajes en sus docentes y no en ellos mismos.

En el área de la didáctica incluso es posible afirmar que simplemente no hay acuerdo entre las demandas de los estudiantes y las del MFC, ya que los alumnos solo solicitan que los profesores sean buenos comunicadores y no necesariamente que cambien la clase expositiva por otro dispositivo pedagógico.

La revisión de los campos en los que no hay acuerdo completo entre los estudiantes y MFC permite describir las demandas de los primeros como más tradicionales que las propuestas por este modelo teórico, lo que quizá se explique por la experiencia previa de los estudiantes con sistemas educativos más tradicionales, como podría ser la educación secundaria que han recibido. Como evidencia de ello se puede señalar que, específicamente para el caso chileno, un estudio reciente (Cofré, Camacho, Galaz, Jiménez, Santibáñez y Vergara, 2010) ha constatado que tanto la formación de profesores de ciencias como la docencia que realizan dichos educadores, se puede considerar claramente tradicional, lo que podría contribuir a generar en los estudiantes expectativas conservadoras respecto del comportamiento de sus profesores universitarios.

Puede hipotetizarse que mucha de la discrepancia entre las propuestas del MFC y el discurso de los estudiantes disminuiría si estos recibieran más y mejor información acerca de esta orientación curricular y las potencialidades que tiene para su formación y futura empleabilidad. Pero mientras ello no ocurra, es posible que parte de los beneficios de una docencia centrada en el estudiante se pierdan (González, 2010) y los intentos por introducir cambios en la docencia universitaria en línea con lo propuesto por el MFC, enfrenten algunas resistencias por parte del colectivo estudiantil lo que además puede tender a desincentivar a aquellos profesores que más se comprometan con la transformación de su docencia (haciéndola más participativa o empleando mayor proporción de métodos didácticos no expositivos, por ejemplo), al ver que sus esfuerzos no son totalmente comprendidos por sus estudiantes.

Lo anterior implica que si se desea continuar con la implementación del MFC en el ámbito universitario, se deben hacer esfuerzos importantes y sostenidos en el tiempo, para difundir y legitimar este modelo y sus beneficios en la comunidad educativa. Solo si esta legitimación se logra se podrá aspirar a mayores convergencias entre las demandas de los distintos actores del sistema y el modelo por implementar.

De este estudio también se desprende la necesidad de socializar y legitimar ante los profesores las demandas estudiantiles respecto de la docencia, pues no hay evidencia que permita suponer que estos son conscientes de cómo están siendo evaluados por sus alumnos. Es probable que este desconocimiento explique muchos desencuentros entre ambos estamentos.

Finalmente, es necesario destacar que uno de los principales aportes de esta investigación constituye a la vez una de sus más importantes limitaciones, ya que al ser el primer estudio que realiza una comparación sistemática entre las demandas estudiantiles y las del MFC, no es posible determinar si sus resultados pueden ser extrapolables a otros contextos o son dependientes de la especificidad de la situación estudiada: alumnos de una misma universidad, con alto prestigio en el contexto latinoamericano y que, por lo tanto, tienen altas expectativas acerca de sus aprendizajes. Es aconsejable replicar el estudio en otras condiciones para determinar si es posible mantener sus conclusiones.

Notas
1 Este artículo reporta los resultados de un proyecto de investigación financiado por el Programa Pulso de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile y por el proyecto «Construcción y validación de un banco de ítems para la evaluación de la calidad de la docencia por parte de estudiantes universitarios» (Soc 08/06-2), de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile.

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miércoles, 12 de octubre de 2016

INVESTIGACION 3 SEMESTRE-PFC 2

ALGUNAS TEORÍAS PEDAGÓGICAS QUE LE HAN DADO SUSTENTO A LA METODOLOGÍA DE ENSEÑANZA – APRENDIZAJE

Partiendo de la premisa de que no es tarea simple el dotar a los estudiantes de conocimientos, habilidades, aptitudes y destrezas que le permitan desde una perspectiva humanista y aplicando un método científico, abordar la realidad y actuar sobre ella y con ella para su transformación, nos parece fundamental ofrecer el siguiente trabajo. Para nuestros objetivos y una mayor comprensión de los orígenes de las metodologías pedagógicas activas, es imperante recordar que, tradicionalmente el estudiante recibía un bagaje de conocimientos teóricos que luego debía de aplicar a situaciones prácticas. Y no olvidemos tampoco que esta situación se daba en el mejor de los casos, pero que, generalmente la situación no es así; pues a eso habría que sumarle una cierta falta de interés en el estudiante que no permite que esta secuencia en apariencia lógica (no) se cumpliese. Sin realizar un análisis en los puntos en que se basan la mayoría de los métodos tradicionales pedagógicos que coinciden en los métodos lógicos tradicionales; a saber método analítico, sintético, inductivo, deductivo e hipotético, podemos darnos cuenta que la enseñanza hasta hace algunas décadas se basaba exclusivamente en el aspecto cognoscitivo, cuyos aspectos experimentales eran impuestos y no se enlazaban naturalmente como parte de un proceso.

Esta situación indujo a muchos estudiosos a la investigación y práctica de nuevos métodos pedagógicos, orientando la enseñanza hacia enfoques más modernos y acordes a la realidad en que vivimos; en otras palabras, acentuando la identificación “pensar para actuar”, basado en la aplicación del método científico, cual es: definir el problema, buscar la información sobre el mismo, elaborar alternativas, probar las consecuencias y verificación de la definición del problema. Teóricamente, esto parece llevarnos a fragmentar lo menos posible, los aspectos cognoscitivos, afectivos y motores, superando el foco de interés tradicional (cambio cuantitativo del conocimiento) por uno más adecuado a las necesidades presentes (cambio cualitativo de la conducta). El uso de metodologías pedagógicas participantes o activas, se ha considerado como el único medio que puede proporcionar mejores resultados para ayudarle al estudiante a convertir en actos su propio aprendizaje; capacitándolo para que pueda asumir una mayor responsabilidad, creatividad, criticidad y un mayor compromiso total y no solo a nivel intelectual o cognoscitivo, el mejoramiento de sus relaciones interpersonales y para variar su posición como educando; es decir, no ya como receptor, posición que venía desempeñando desde años atrás, sino como emisor- receptor de su propio aprendizaje. En otras palabras, se lucha porque el quehacer educativo se base específicamente en el estudiante y no en el programa de estudios. Basados en las consideraciones anteriores y con las advertencias que hemos hecho, consideramos conveniente centrarnos de lleno en el objeto de nuestro interés.
Ustedes se preguntarán, ¿cuál es el objeto de interés en el presente trabajo? La respuesta no hemos de buscarla muy lejos, no nos creemos expectativas muy altas, lo único que podemos a la presente fecha ofrecer en este trabajo, es un pequeño análisis y la descripción de las bases de algunas de las teorías y estudios de aquellas personas que más horas de su tiempo han dedicado al estudio de nuevas técnicas y métodos en el campo de la enseñanza – aprendizaje. No encontrarán aquí nada definido, nada que no sea a la presente fecha aún objeto de estudio y de innumerables experiencias; sino, por aquellos que las iniciaron, por aquellos otros que siguen sus orientaciones, ya que las teorías que analizaremos a continuación, aún no se han consagrado como dogmas o infalibles. En materia de enseñanza – aprendizaje, trataremos de presentar a ustedes, algunos de los puntos básicos que sustentan diversas teorías pedagógicas, no todas pueden ser utilizadas a la vez, no todas sirven para todos los casos o situaciones, cada cual de nosotros deberá tener presente que en función de la situación a la que nos enfrentemos, debemos realizar en análisis de los diversos marcos teóricos que tengamos a mano o que queramos echar mano, para determinar cuál será el más adecuado a nuestras necesidades y a las necesidades de aquellos a quienes pretendemos ayudar. Para efectos de una mejor comprensión de las diferentes corrientes que hemos de ver aquí, las presentaremos por separado, aunque unas a otras se hayan ido nutriendo recíprocamente



I.           LA NO DIRECTIVIDAD – CARL ROGERS


Aproximadamente en 1939, Carl Rogers, revela por primera vez sus ideas esenciales sobre la no-directividad pedagógica. Estos trabajos se originaron en una relación terapéutica, pero a través de su experiencia los adecuó a una nueva relación maestro- alumno, la cual aparece en sus primeros intentos como revolucionaria por la crítica implícita que hacen del acto de instruir.
En primera instancia y en materia de relación pedagógica, la única que nos interesa para el presente trabajo, Rogers considera que la sola relación posible y deseada entre el maestro y el alumno, debe ser una relación centrada en el auto- descubrimiento. En ella, el maestro no es el que debe vertir conocimientos sobre el educando, sino que debe ser este mismo quien debe descubrir por sí solo los conocimientos de los cuales él tiene necesidad e interés; y la sola intervención del educador será aquella mediante la cual cree las condiciones que hagan posible este tipo de aprendizaje. Rogers mantiene una posición muy clara respecto a la enseñanza tradicional, en la cual, el maestro imparte conocimientos al alumno. Rechaza esta práctica y manifiesta que los frutos recogidos con este tipo de metodología pedagógica están muy lejos de ser los deseados e insiste en que los verdaderos conocimientos, no son ni pueden ser comunicables, que los únicos conocimientos verdaderos que adquirimos son aquellos, producto de nuestras propias experiencias, investigaciones y esfuerzo.
Rogers afirma que la experiencia ajena solo debe servir de guía, pues el hombre no puede comprender y asimilar a fondo sino aquello que emana de su propio descubrimiento y experiencia. De estas hipótesis parte Rogers, para establecer que la relación pedagógica centrada en el maestro y el alumno es la más importante en el acto de instruir y que para que éste sea efectivo, ha de ser centrado a su vez en una verdadera comunicación, la cual a su vez posee cuatro características:
La Autenticidad
b- La Congruencia
c- La Atención Positiva e Incondicional
d- La Empatía

La Autenticidad Para Rogers es esencial y consiste en primer lugar en negarse a ser una simple “fachada”, detrás de la cual nos escondemos los seres humanos. Se preocupa en especial por la ambivalencia que se manifiesta en la gran mayoría de los docentes, cuando; en tanto que personas establecen una relación afectiva con los educandos, pero que en tanto que educadores, establecen una relación esencia racional.

Ante tal coyuntura, Rogers denuncia que el educador lleva una máscara, la dualidad de la persona y la importancia y necesidad de la autenticidad. La autenticidad conlleva y permite la unidad de la persona, redunda en un equilibrio mucho más durable y desde luego aparece la ambivalencia. Solo este aspecto considera esencia el que nos aceptemos tal y como somos realmente; es decir, reconocernos sin juzgar nuestros sentimientos. Visto desde este ángulo, una de las características fundamentales en la teoría de la no-directividad es la autenticidad, porque en su concepto hace posible una mejor relación interpersonal, base de la relación pedagógica rogeriana. Recordemos que desde este ángulo el docente debe ser una persona auténtica ante sí misma y ante sus educandos, un maestro que deberá mostrarse tal es ante sus alumnos si desea establecer una verdadera relación y no desempeñar un rol que provoque en él angustia y ambivalencia, sentimientos que proyectará aún sin querer, en el grupo de alumnos a los cuales se debe. Sin embargo, es menester destacar que la importancia de la autenticidad está presente en toda la obra de Rogers y no sólo cuando la plantea en relación pedagógica o terapéutica; para él la autenticidad es fundamental en el establecimiento de todas las relaciones humanas.

La Congruencia de la persona consigo misma como resultado de la autenticidad, quien no es auténtico consigo no podrá ser congruente ni poseer el equilibrio interno necesario para vivir sin necesidad de mecanismos de defensa entre su yo-ideal y su yo-real. Los resultados de esta nueva personalidad, surgida de la autenticidad y la congruencia son considerados por Rogers en una doble dimensión: a)Aquella en la cual el individuo será capaz de probar en sí mismo los sentimientos que pueden nacer de sí en toda relación y en especial aquella con sus educandos y, b) La relación directa entre el educando- educador que no será en tal caso interceptada por controles de nosotros mismos, ni roles impuestos, ni máscaras, ni aún métodos elaborados o cualquier otro obstáculo que pueda emanar de nuestro interior.

Entre los aspectos que señala Rogers que se desprenden del surgimiento de esta nueva personalidad tenemos la fluidez de nuestros movimientos y sentimientos que surgen, al transformarnos en nosotros mismos y convertirnos en seres con características o manifestaciones de su persona en su real existencia y no en el valor que se le puede otorgar. La Atención Positiva e Incondicional Es la afectividad en la comunicación, si bien ésta se sitúa más que todo en la relación terapéutica que en la pedagógica es importante el considerarla para una mejor comprensión del pensamiento de Rogers.
La atención positiva e incondicional del docente con sus alumnos, está en relación directa con las características anteriores. Una persona auténtica, congruente, tiene más posibilidades de darse y aceptar a los otros tal cual son, sin que existan juicios de valor que entorpezcan esta relación. Es, en pocas palabras, abstenerse de todos los juicios a priori o no de que podamos investirnos en relación con otra (s) persona (s), y sus actos, en definitiva el respeto que nace en mí para el otro, en tanto que ser humano diferente a mí mismo. Este aspecto es tanto más claro en la relación pedagógica en tanto que el educador rechace el “educar o formar” al educando a su imagen, y que todo lo que éste realice sea aceptado como su obra tanto que persona, es el saber comprenderlo y darle confianza para que pueda asumir su propia personalidad. Esta característica la fundamenta Rogers en el amor, amor que permitirá a unos y otros a darse y enriquecerse, a través de una relación auténticamente positiva e incondicional. Este amor es considerado como motor de toda relación, bien entendido, un amor auténtico no posesivo, amor del que nos habla Max Pagés en su teoría sobre la vida afectiva de los grupos y que Rogers explica como aquel en la cual la persona es considerada como tal, libre, fuente de espontaneidad e iniciativa y no un objeto de amor.

La Empatía Una relación que conlleva autenticidad, congruencia y atención positiva e incondicional nos lleva a una relación positiva, más que a una relación racional e inconsciente. Así pues, la relación empática viene en nuestro concepto no tanto a ser una característica más, sino, el resultado de las anteriores, en tanto que conlleva a comprender “el otro”, a saber excluir toda tentativa de análisis o de juicio sobre él o sus acciones, es un dejarse ir en la comprensión de las acciones del otro sin ir o buscar más allá de éstas, es un saber comprender y sentir aquella situación del otro con el otro, pero sin perder nuestro yo. En esta relación pedagógica no será el buscar cuál es la significación, tal o cual actitud, sino, cuál es la significación que él le ha dado. Así pues, Rogers define la relación pedagógica no directiva como la práctica de una actitud permanente de comprensión, gracias a la creación de un clima de relaciones auténticas, a un saber aceptar las ideas de los otros en el momento en que se producen, adoptando sus cuatro principios, repetimos.

- Autenticidad o rechazo de toda dualidad interna.
- Congruencia total real, transparente a través de sus ideas, sentimientos y comunicación con los demás; o sea, la capacidad de asumirse, tal como se es centro de una situación con sus sentimientos positivos o negativos.
- El respeto y la consideración incondicional a los otros y a las situaciones que surjan o emanen de su persona en su real existencia y no en el valor que se le pueda otorgar.
- Una actitud de comprensión, no benévola paternalista, sino de verdadera y completa empatía para comprenderlo tal y como ellos lo comprenden, en otras palabras, es la consideración incondicional de todo lo que expresa y hace el otro

Se puede concluir que el rol del educador en tanto que persona y educador en su relación con el educando, se reduce a la facilitación del aprendizaje mediante una nueva relación. El alumno o educando debe formarse a sí mismo, y tanto el docente como el alumno deben encontrar en sí aquello que les lleve al fin deseado. Esta facilitación del auto- aprendizaje en su significación más profunda para Rogers, vendrá a su vez, a facilitar la evolución del proceso del alumno, so pena de encontrarse en determinado momento en desequilibrio si se retardara esta evolución o el educador no tuviera una intervención activa en la facilitación de dicho proceso. Consiste pues, en saber respetar la complejidad del proceso vital, en el cual el maestro tendrá más satisfacción de ser sí mismo, si permite al alumno ser él mismo. Finalmente, podemos decir que, la no-directividad o método pedagógico rogeriano, no dicta normas, sino que se pregunta constantemente cuál debe ser la actitud del docente en relación con sus educandos, cuestionándose siempre la actitud y no sobre la técnica, para facilitar el auto- aprendizaje y la creación del clima más adecuado para dicha facilitación, proponiéndose comprender al alumno empáticamente, a fin de obtener como resultado final el autocrecimiento libre del alumno.

II. LA DINÁMICA DE LOS GRUPOS – KURT LEWIN


No podríamos continuar el presente trabajo sin hacer un breve comentario de la obra de Lewin y la importancia de sus descubrimientos, sobre los pequeños grupos y su dinámica, así como en especial a la comunicación y las relaciones interpersonales que se establecen en un grupo centrado sobre una tarea. A partir de 1936, Kurt Lewin comienza a interesarse por los problemas de la Psicología Social, ciencia que apenas comenzaba a desarrollarse y tomar importancia en las Universidades Norteamericanas. En este campo de la Psicología Social, Lewin orienta sus investigaciones y trabajos, en un primer tiempo, hacia el estudio y dilucidación de la dinámica de los fenómenos de los grupos pequeños, de dimensiones concretas y existenciales, en contextos de reestructuración o de orientación de acción social. Dentro de esta orientación de los pequeños grupos, estudia el problema de las minorías, estableciendo algunos criterios a partir de su propio grupo judío, tales son sus conclusiones sobre la diferencia entre las minorías demográficas y psicológicas, las minorías privilegiadas y las minorías discriminadas; señalando que las minorías psicológicas, son a su vez, minorías discriminadas o susceptibles de serlo, siempre y cuando su suerte y destino, estén a merced de grupos mayoritarios. Sus estudios le llevan rápidamente al estudio de los micro- grupos, o lo que él mismo define como grupos “cara a cara” y sobre los cuales realiza estudios psicológicos de los mecanismos de integración y crecimiento.

Pronto llega a establecer Lewin que la exploración válida y fecunda de los fenómenos de los grupos debe operarse en el mismo campo psicológico en que ellos se insertan y que no deben de ser construidos a escala reducida en el laboratorio. Señala que las variables de cualquier fenómeno de grupo, a causa de su complejidad esencial, no pueden ser identificados y manipulados más que sobre el terreno y bajo una óptica de investigación social. Dentro del estudio de los micro- grupos, Lewin distingue dos tipos de grupo: ÿ El socio- grupo, centrado sobre una tarea, a saber; estructurado y orientado en función del cumplimiento o ejecución de una tarea. ÿ El psico- grupo, que viene a ser un grupo de “formación”; es decir, estructurado y orientado en función de los mismos miembros que constituyen el grupo. Lewin prosiguió sus estudios de los micro- grupos, profundizando cada vez más en su dinámica, hasta que en el año 1945, funda en la Universidad de Harvard en el Massachusetts Institut of Thechnologie, el Centro de Investigaciones en Dinámica de Grupos. Aquí trabaja Lewin con un equipo de investigadores y es en esta época cuando establece sus primeras hipótesis sobre la importancia de la comunicación en grupos, comunicación que puede ser verbal o no verbal, aunque por esta época en Norteamérica y en la mayor parte de los países occidentales se utilizan con más frecuencia y preferencia la comunicación verbal.

En este nivel de comunicación es donde según parece, al azar establece Lewin por primera vez su hipótesis, ya que su equipo, en la realización de reuniones de autoevaluación de sus investigaciones sobre el proceso de los grupos; se lamentaba de la falta de integración real, del ritmo lento y artificial en el que se evaluaba el progreso de sus trabajos, así como de la falta de creatividad manifestados en la exploración de los problemas estudiados. Esta situación llevó a Lewin y colaboradores a percibir una barrera en el nivel de la comunicación, lo que llevó a éste a solicitar a su equipo una mayor integración, considerando que, si el trabajo no progresa al ritmo deseado se debía a la falta de una verdadera unidad a nivel de las comunicaciones, invitándoles a profundizar más en este aspecto, para lo cual propuso reuniones paralelas a las sesiones de trabajo con el objeto de intensificar únicamente sus “relaciones interpersonales”. Fue así como Lewin y sus colaboradores tomaron conciencia de que a partir del momento en que decidieron dialogar entre ellos se dieron cuenta de que sus relaciones interpersonales, aparentemente confiadas y positivas, estaban profundamente falseadas, razón por la que establecieron una verdadera comunicación a través de mejores relaciones interpersonales y como resultado observaron que sus trabajos y autoevaluación de experiencias comenzaron realmente a progresar. Esta experiencia llevó a Lewin a considerar en mejor grado aún, la importancia de la red de comunicaciones que se establece en todo grupo y a señalar algunas de las causas que bloquean la realización de una verdadera comunicación. Estos estudios orientaron a Lewin a otra de sus grandes hipótesis; es decir, a considerar el establecimiento de la necesidad del aprendizaje de la autenticidad.
La verdadera integración en un grupo no se puede llevar a cabo, si las relaciones entre todos los miembros del grupo no están basadas en comunicaciones abiertas, confiadas y adecuadas; es decir, cuanto más en profundidad se establezca el contacto psicológico, más probabilidades tendrá la comunicación de ser auténtica. Cuanto más abiertas, positivas y reales sean las comunicaciones intra- grupo, más posibilidades tendrán las comunicaciones inter-grupos de ser auténticas y no de servir de evasión o de compensación a una falta de comunicación interna en su propio grupo. Igualmente, los contactos cara a cara ofrecen a los individuos mayores posibilidades de establecer relaciones auténticas; es decir, establece la diferencia e importancia de las relaciones primarias sobre las secundarias. Otro de los estudios de Lewin, fue el considerar que la capacidad de comunicarse en forma adecuada con otro, de poder desarrollar esa empatía, no es un don innato en el hombre, sino una actitud adquirida y desarrollada por el aprendizaje. “Solo aquellos que han aprendido a abrirse al otro y a objetivarse ante él, son capaces de auténticos cambios”. Sólo consistiendo en replantear sus modos habituales de comunicación y sus actitudes profundas respecto al otro puede el ser humano alcanzar a descubrir las leyes fundamentales de la comunicación humana, sus requisitos previos, sus componentes esenciales, las condiciones de su validez y la autenticidad, o sea, que sólo convirtiéndose en agente y objeto de cambio, se sitúa el ser humano en la óptica ideal para detectar y desmontar las leyes dinámicas del cambio que él y en torno a él se opera, pero se debe que, ante todo esto, el aprendizaje de la autenticidad interpersonal es esencial y exige dos condiciones.
a.) El deseo de ponerse a sí mismo en tela de juicio y la aspiración de alcanzar modos más auténticos y adecuados de comunicación con el otro.
b.) Un clima de aprendizaje propicio al crecimiento y desarrollo humano. 

Siguiendo la experiencia de 1945, en el verano de 1946, Kurt Lewin y sus colaboradores intentaron una segunda experiencia en New Britain, que dio origen a un nuevo método pedagógico. Tres grupos colaboraron en este proyecto: un grupo de trabajadores sociales, un grupo de educadores y el grupo de investigadores compuesto por Lewin y sus colaboradores. El objetivo de los grupos de acción, fue el aprender a asumir sus responsabilidades colectivas en forma más funcional y eficaz, y el grupo de Lewin y sus colaboradores se proponía al participar en esta experiencia, verificar y completar ciertos descubrimientos realizados por ellos acerca de las formas de comunicación interpersonal que favorecieran el funcionamiento de un grupo de trabajo. Los participantes celebraron juntos reuniones de trabajo consistentes en discusiones de grupo a lo largo de los cuales se iniciaban en la técnica del desbloqueo en sus comunicaciones inter- grupo, los temas de sus intercambios fueron casi exclusivamente los problemas de estructuras o de funcionamiento experimentados en sus respectivos grupos. Desde el principio Lewin había preconizado la celebración de reuniones de diagnóstico con sus colaboradores, a través de los cuales intentaban evaluar lo que vivían como aprendizaje, con el objeto de acelerar los procesos tanto en ellos como en los demás participantes. En un principio, los participantes de los grupos de acción no debían ser admitidos, en estas sesiones de autoevaluación, pero varios participantes solicitaron el asistir a estas sesiones como observadores. El efecto de estas sesiones sobre los participantes observadores fue inesperado, la posibilidad de tener acceso a las evaluaciones de sus intervenciones e interacciones en las sesiones de aprendizaje, les permitió objetivarse con respecto a sus propios comportamientos en grupo; la convicción de sentirse manipulados por los miembros que ellos percibían como experimentadores desapareció y con ello su resistencia y mecanismos de defensa con respecto al aprendizaje en grupo. A partir de eso momento fueron más capaces de descubrir qué es lo que permite el establecimiento de las comunicaciones en grupo y, qué es lo que en ellos o en torno a ellos las obstaculizaba. De estas experiencias se pudieron ir sacando poco a poco las leyes esenciales de la génesis y la dinámica de los grupos. Esta experiencia animó a Lewin y colaboradores a nuevas experiencias, sin embargo, la muerte prematura de éste obligó a sus colaboradores a seguir solos, sobre la base de lo que luego se convertiría más adelante en el “Training Group” más conocido popularmente como grupo de “formación” y en el cual el observador del grupo se convertiría en animador o “instructor” del grupo, con funciones más o menos determinadas, y a la creación de diferentes técnicas en el proceso de formación de los grupos. Entre los seguidores de Lewin sobre la dinámica de los grupos, las fuerzas de interrelación intra y extra- grupos que se opera en los participantes de un grupo, así como la importancia de la comunicación y el aprendizaje de la autenticidad, que más se ha destacado a la muerte de Kurt Lewin fue el psicólogo W.C. Schuts, quien se dedicó al estudio de las necesidades interpersonales y sobre las cuales señala que los miembros de un grupo no conscientes en integrarse verdaderamente a él, sino a partir del momento en que creen satisfacer ciertas necesidades o preveen el que pueden llegar a obtener ciertas satisfacciones. Entre las necesidades fundamentales que señala Schuts, están las siguientes:
Necesidad de inclusión; es decir, la necesidad que experimenta el nuevo miembro de un grupo, de sentirse aceptado e integrado al grupo al que se suma.
  •  La necesidad de control; es decir, la definición que cada miembro hace de sus propias responsabilidades en el grupo.
  • La necesidad de afecto; o sea, el deseo de todo individuo perteneciente a un grupo de sentirse aceptado y querido en un grupo, hasta insustituible en él. (Este aspecto está fuertemente condicionado por el grado de madurez social del individuo). 
Nos ha parecido conveniente considerar una parte de los trabajos de Schuts sobre los grupos, por la importancia de estas necesidades del nuevo miembro del grupo y las relaciones que se suscitan de ellas en toda la dinámica de un grupo, lo cual está en relación directa con los trabajos de Lewin y las repercusiones de éstos en las orientaciones de la metodología pedagógica actual, pues no habría forma alguna de negar la influencia de estos estudios sobre la dinámica de los grupos en el campo de la pedagogía moderna.

III. LA EDUCACIÓN COMO PRÁCTICA DE LA LIBERTAD – PAULO FREIRE


Siguiendo un orden que podría ser casi cronológico, tenemos que considerar a Paulo Freire y su teoría sobre la educación como práctica de la libertad. Creemos que Freire no sólo creó una teoría y técnica pedagógica para erradicar el analfabetismo en su país y América Latina, sino que nos ha brindado sus mejores ideas para ayudar al individuo a convertirse en un hombre libre, de ahí que su teoría se base en el encuentro de los hombres manifestándose a través de un diálogo libre. Por lo tanto, siguiendo el pensamiento de Freire, la educación es un diálogo que no puede ni debe darse en el vacío, sino en situaciones concretas de orden social, económico y político. Partiendo de esta consideración, dice que nadie es analfabeto, inculto o iletrado por elección personal, sino el resultado de situaciones sociales y económicas en que se encuentra. Freire vivió estas condiciones y tomó conciencia de ellas a través de su propia experiencia, dándose cuenta que esta situación no era exclusiva de la población de su país (Brasil) sino que eran vividas por un gran número de hombres en toda Latinoamérica. Es por esta razón que sus experiencias se originaron en Brasil, pero fácilmente pudieron ser adaptadas para otros países.

A pesar de que toda la teoría de Freire nos interesa, debemos, en función de nuestro objetivo, mutilar un poco su obra y dedicarnos exclusivamente al análisis de su concepción moderna de la educación. Esta concepción moderna de la educación, significa la abolición de aquella diferencia siempre existente entre “educador y educando”; para la creación de una nueva relación educativa basada en el “diálogo” de uno y otro, donde deja de existir la división antes apuntada, para ser reemplazada por dos hombres que se nutren de sí mismos, como producto de una relación de amor que comprende la humildad, la esperanza, la fe y la confianza, a través de su comunicación. Esto crea en el hombre una conciencia crítica de su relación en la búsqueda de una realidad concreta y en donde el diálogo adquiere estímulo y significación en virtud de que “solo llego a ser yo mismo, cuando los demás lleguen a ser ellos mismos”. (*) Con esto afirma Freire su teoría pedagógica basada en la comunicación y el diálogo horizontal con “alguien” o sobre “algo” en un momento determinado. La educación en su concepción tradicional, no supera el estadío antes mencionado o lo que Freire llama concepción Bancaria de la educación y, que en sus palabras es:

a. “El educador es siempre el que “educa”; el educando el educado,
b. El educador es quien disciplina; el educando es disciplinado,
c. El educador es quien habla; el educando el que escucha, (*) Freire, Paulo. “El Mensaje”.
d. El educador prescribe, el educando el que sigue la prescripción;
e. El educador elige el contenido de los programas, el educando lo recibe en forma de depósito,
f. El educador es siempre quien sabe, el educando el que no sabe,
g. El educador es el sujeto del proceso, el educando es su objeto”.

(*) Una concepción tal de la educación, convierte sin lugar a dudas el educando en un sujeto pasivo y de fácil adaptación, le desfigura su condición humana, pues le concibe como un depósito de algo, que debe ir siendo llenado por pedazos de mundo, que han sido digeridos y determinados por otros y con lo cual se pretende crear conciencia. Crear conciencia, he aquí otro de los pilares de las ideas de Freire sobre la educación como práctica de la libertad que reclama nuestra atención. ¿Cómo proveer al educando de los instrumentos para resistir a los poderes del desarraigo, frente a una civilización industrial, que se encuentra ampliamente armado de medios, con los cuales amplía las condiciones existentes de su existencia? ¿Qué educación se le puede posibilitar al hombre para que pueda enfrentarse valientemente a toda su problemática de la realidad? ¿Cómo ayudar al hombre a que se eduque? (*) Freire, Paulo. “El Mensaje”.

Freire, partió de que, para que una educación sea válida, debe ir precedida de una reflexión del hombre y de un análisis del medio de vida real del hombre; es decir, de sus condiciones sociales, económicas y políticas dentro de las cuales se encuentra inserto. Si falta la reflexión del hombre sobre el hombre, se corre el riego de utilizar métodos educativos y formas de acción erradas, que reducirán al hombre a la condición de objeto, y no a la de sujeto, premisa número uno de todo quehacer educativo. La educación debe ser liberadora y mostrar el cambio al desarrollo de una toma de conciencia y actitud crítica del hombre y su medio, pues sólo gracias a esto, el hombre podrá escoger y decidir por sí sólo; sólo a través de este camino surgirá un hombre plenamente consciente, comprometido y dispuesto a intervenir en su realidad para cambiarla. Al respecto Freire dice: “En la medida en que el hombre integrado en su contexto, reflexiona sobre este contexto y se compromete, se construye a sí mismo y llega a ser sujeto”. (*) Para concluir, recordemos que bajo esta perspectiva, la educación caracterizada por el diálogo contiene como objeto principal de su quehacer, el Concientizar al pueblo, al hombre del pueblo, mediante una problematización de sí mismo, a través del conocimiento científico de su realidad y en el cual su esquema básico de la relación educativa es un educador- educando con un educando- educador; o sea, una relación que conlleve a los (*) Idem. hombres a educarse entre sí, mediatizados por el mundo y en una tarea permanente de transformación. Las ideas de Paulo Freire sobre la educación y las nuevas orientaciones que se le imprimieron a la corriente de Reconceptualización del Trabajo Social, se integran en el siguiente pensamiento de Julio Barreiro sobre la obra de Paulo Freire. “Hay una práctica de la libertad, así como una práctica de la dominación. Actualmente nos movemos, somos, vivimos, sufrimos, anhelamos y morimos en sociedades en que se ejerce la práctica de la dominación. No perdemos nada si intentamos una nueva sociedad, un nuevo hombre, un nuevo mañana. La pedagogía de Paulo Freire es, por excelencia, una “pedagogía del oprimido”. No postula, por lo tanto, modelos de adaptación, ni de transición, ni de “modernidad” de nuestras sociedades. Postula modelos de ruptura, de cambio, de transformación total. Si esta pedagogía de la libertad implica el germen de la revuelta a medida que se da el pasaje de la conciencia ingenua, de ésta a la conciencia crítica y, de ésta a la conciencia política, no puede decirse que sea éste el objetivo oculto o declarado del educador. Es el resultado natural de la toma de conciencia que se opera en el hombre y que despierta a las múltiples formas de contradicción y de opresión que hay en nuestras actuales sociedades. Esta toma de conciencia hace evidentes esas situaciones. “Concientizar”, pues, nos es sinónimo de “ideologizar” o de propinar consignas, eslóganes o nuevos esquemas mentales, que harían pasar al educando de una forma de conciencia oprimida a otra. Si la toma de conciencia abre el camino a la crítica y a la expresión de insatisfacciones personales, primero; y comunitarias más tarde, ello se debe a que éstas son los componentes reales de una situación de opresión. “No es posible –llegó a decir Paulo Freire en una de sus conferencias- dar clases de democracia y al mismo tiempo considerar como absurda e inmoral la participación del pueblo en el poder” Y aquí está el quid de toda la cuestión, la “Pedagogía del oprimido”, se convierte en la práctica de la libertad”. (*) (*) Barreiro, Julio. – Introducción. “La Pedagogía como Práctica de la Libertad”.

IV LA PRÁCTICA DEL TRABAJO DE GRUPO – GILLES FERRY


Igualmente, y en la mima línea u orientación, se conocerá el pensamiento y las ideas de Gilles Ferry sobre la educación y su actual metodología. Gilles Ferry se interesa sobre todo en el estudio y la experimentación de la relación pedagógica; al respecto se cuestiona sobre el rol del maestro, el cual, en su concepto, debe ser de nuevo estructurado para satisfacer las exigencias que demanda la sociedad actual al sistema educativo. Ferry se revela ante el papel que debe desempeñar el alumno, de dependencia y pasividad, ante el modelo tradicional del docente y a toda la concepción de autoridad que éste encarna en dicho modelo. Se revela ante el rol del maestro “poseedor de un saber”, de todo lo que sea iniciativa y creatividad, de la actitud creada en el alumno de dependencia y pasividad, porque: “después de diez o doce años pasados en los bancos de la escuela, el colegio o el instituto los alumnos no conciben no conciben siquiera la posibilidad de proponer, organizar, investigar o confrontar detalle alguno de lo que pueda ser de su interés en el marco de la vida escolar... El maestro es, en primer lugar, mediador del saber. Aporta informaciones, las dosifica y formula de modo que puedan ser recibidas por la colectividad de sus alumnos.

El maestro es el organizador de sus trabajos, él es quien fija la progresión de las adquisiciones que deben hacerse en función del programa, del tiempo de que dispone y del nivel de la clase. Él es quien regula la sucesión de las actividades para el trimestre, el mes y la semana, así como para cada clase. Como mediador del saber, como observador y como organizador del trabajo, el maestro asegura, además, el control de las adquisiciones, y lleva a cabo diversas intervenciones destinadas a crear entre los alumnos las actividades más favorables ante el trabajo. Es evidente que, cualquiera que sea su destreza o su experiencia es imposible que se enfrente a la vez con todas estas tareas. Aunque en realidad resuelve el problema de maneras distintas. Más o menos conscientemente, puede optar por dejar de lado algunas de estas funciones en beneficio de los demás. Existen maestros centrados en los programas (el contenido de su enseñanza), otros en los métodos (organización del trabajo), otros en los alumnos (el profesor- psicólogo), y otros en el funcionamiento del grupo maestros- alumnos. En tales casos, la rutina impera en los cambios de actividades que el maestro tiende a abandonar. Para evitarlo, algunos tratan de asumir alternativamente los distintos papeles de su personaje; el resultado es un equilibrio inestable que produce la discontinuidad en el trabajo y lo que es aún más grave, en las actitudes. Cabe pensar, entonces, en repartir estas funciones acumuladas hasta ahora sobre el maestro entre diversos especialistas, que tomarán parte de la acción educativa: El especialista en la asignatura, el psicólogo, el consejero de orientación, el médico, el trabajador social, el reeducador, etc.

El equipo pedagógico ensayado al principio en los centros dedicados a la infancia inadaptada, tiende a constituirse en el nivel del primer ciclo de la enseñanza secundaria. A pesar de la resistencia de ciertos educadores ante dicha diversificación de tareas, esta fórmula es la más racional, con la condición de que entre los miembros del equipo pedagógico reine un auténtico espíritu de cooperación, sin embargo, ésta no revela completamente el maestro de las múltiples ocupaciones anteriormente citadas; éstas siguen formando parte de la práctica pedagógica dentro de la clase. La participación de los alumnos en las responsabilidades del trabajo común permitiría cierta libertad al maestro, y le concedería un margen más amplio en cuanto al plan que decidiera adoptar. Esta redistribución de misiones entre el maestro y los alumnos es susceptible de adoptar modalidades más diversas según la clase de la enseñanza que se considere, el volumen de la clase, la edad de los alumnos y la personalidad del maestro. Puede admitirse, por ejemplo, que el maestro se limite a aportar informaciones sobre la cuestión sometida al orden del día, pero que no intervenga en modo alguno en la organización del trabajo y los procedimientos. En este caso, deja a sus alumnos la tarea de regular y observar las actividades, elegir los ejercicios, asegurar la participación de todos y observar el desarrollo de la clase. A petición de los alumnos, interviene en tal o cual punto, para leer un texto o para expresar una opinión. También puede darse el caso de que el maestro cuide de garantizar la buena conducta de la clase, como podría hacer un presidente en el Congreso, sin tomar parte en el fondo del debate. Estimula las participaciones, solicita y ordena las aportaciones e invita al grupo a atenerse a la orden del día y a alcanzar los objetivos que se ha fijado. Esta función de facilitación puede ser ejercida, además, por el maestro, no por haberlo decidido él así, sino cuando la clase lo haya determinado de acuerdo con él. Ve también la posibilidad de que el maestro confíe a los alumnos el trabajo de información y de elaboración (producción), así como la tarea de animar la sesión (facilitación), sólo intervenga para denunciar ante el grupo, aquellos  fenómenos psicológicos que hayan obstaculizado o favorecido su progresión (regulación). También puede adoptarse un papel de observador. En todos estos casos, la colectividad de alumnos es la que asegura en gran parte el funcionamiento de la clase. No se trata aquí de aquellas funciones tan formales, tipo “jefe de clase”, que no son sino delegaciones de poder en un ámbito muy restringido; nos referimos a un auténtico reparto de responsabilidades originado por un anhelo funcional. A este anhelo funcional viene a sumarse una exigencia de carácter axiológico. En sociedad democrática es esencial que los modelos de autoridad propuestos a los jóvenes no sean de tipo autoritario. Una mitología del jefe, concebido como un hombre de esencia superior que no tiene que dar cuenta a nadie de sus actos, deja una huella perenne y contribuye a falsear las relaciones jerárquicas. Las primeras experiencias sociales divididas en la escuela contribuyen a reforzar o destruir dicha mitología”. (*) Pero la concretización de las inquietudes y soluciones que Gilles Ferry ha tenido sobre la educación “tradicional” las concretiza y nos las envía en su libro “El trabajo en grupo”, experiencia que consistió introducir dentro del cuadro de la enseñanza tradicional, regida por programas y finalizando con exámenes, una fórmula de trabajo en pequeños grupos derivada de lo que la Psicología designa bajo el nombre de “grupos de formación”. Creemos conveniente conocer algunas de las conclusiones sobre esta experiencia, con lo cual daremos una imagen más real de su trabajo: (*) Ferry, Gilles. Pedagogía y Psicología de los Grupos. 

Gilles Ferry nos dice que: “La fórmula propuesta al grupo de estudiantes intentaba satisfacer las exigencias del curso por lo que al principio, los grupos tienen en sus manos todos los elementos de información necesarios para la planificación y organización de su trabajo: Programa del examen, lista de temas surgidos en las sesiones precedentes, número de sesiones utilizables. Se invita a todos los grupos a que elijan el tema que desean abordar. Según sus exigencias, un tema será motivo de la clase de un profesor, o bien, de una sesión de información o de discusión asegurada por las propias alumnas. ? Las intervenciones del animador están centradas alternativamente en el trabajo (recapitulación de las aportaciones, de determinación de los puntos adquiridos, situación en perspectiva de los distintos puntos de vista, etc.). Se pone en evidencia la relación entre estos dos niveles de funcionamiento: deseo y resistencia del grupo respecto a tal o cual tema, relación entre el grado de implicación y la producción, etc. ? El profesor se ofrece a asegurar diversas funciones, según lo que el grupo pida: animador de los intercambios, informador, observador o simple participante, con la condición de limitarse en la sesión a uno sólo de estos papeles. Seguidamente, Ferry nos explica y justifica su trabajo y experiencia hasta justificar el análisis de control sistemático que se efectuó sobre la misma y nos dice: “La evolución de los grupos de trabajo pasó por fases análogas a las que se observa en los grupos de diagnóstico":

1) Una fase inicial de tanteos vivida en la incertidumbre e incluso en la angustia. El grupo busca una definición de sus objetivos, explora los recursos de que puede disponer. Su funcionamiento es anárquico;
2) Una fase de elucidación de la relación con el profesor. Una agresividad más o menos verbalizada contra el profesor cuya presencia resulta molesta porque no asume la función de enseñante (transmisión de conocimientos, organización del trabajo, evolución de las intervenciones de los alumnos), y porque es responsable y testigo del malestar del grupo (manipula al grupo). Sólo en este momento pueden entenderse las explicaciones respecto a su nuevo papel;
3) Una fase de estructuración del grupo y de organización del trabajo. Se definen unas normas de funcionamiento a través de un juego de oposiciones más o menos conflictivo. La lucha por el poder se resuelve generalmente con el establecimiento de un sistema de disciplina;
4) Una fase de autonomía cuando el grupo ha conseguido resolver sus problemas internos. Se llega al régimen de placer. 

Entonces el grupo está disponible para las tareas que se le imponen. Es apto para superar las dificultades y los riesgos de bloqueo, realizando una análisis de sí mismo. Después de la experiencia, las alumnas se declararon casi unánimemente favorables al principio del trabajo de grupo, a un tiempo porque se habían implicado mucho más en este trabajo que en los anteriores y porque se valoró el cambio de estilo de las relaciones entre alumnas y alumnas- profesor.

El interés del trabajo de grupo, para muchas alumnas, reside en la relación entre estos dos aspectos: la tarea y la vida de los grupos, el contenido y la situación; es el estudio colectivo y diversificado de un problema lo que da al trabajo de grupo su eficiencia formativa. Pero también se reconoce al trabajo de grupo como el lugar de comunicación con los demás y de entrenamiento a la cooperación, teniendo en cuenta que las demás situaciones de la vida del establecimiento (centro educativo) no ofrecen esta posibilidad. Sin embargo, no se puede decir que la participación en el grupo de trabajo sólo proporcionó satisfacciones. De manera bastante general, las alumnas tuvieron la impresión de no haber sacado de la experiencia todo el partido posible y muchas de ellas tuvieron dificultades para superar las tensiones y los malestares a que se vieron sometidas. Finalmente, el grupo de trabajo pone a prueba la relación enseñante- ensañado, a través de la disociación de las funciones y la redistribución de los papeles. Las antinomias de la relación con la institución educativa, de la relación con el saber y de la relación con el grupo que sostienen la dinámica de toda situación de enseñanza, quedan exploradas y analizadas. Las valoraciones hechas por las alumnas y sus respuestas a un cuestionario, demuestran que vivieron intensamente las peripecias de esta aventura pedagógica, que casi todas ellas captaron el significado de los procesos en que estuvieron implicadas, pero no consiguieron definir un modelo. Pero, ¿puede considerarse como válido el control de una experiencia cuando lo efectúa su mismo promotor y al mismo tiempo uno de los actores? ¿Puede el innovador pretender tomar como objeto de investigación su acción innovadora? ¿Acaso es posible ser juez y parte? Hay una primera respuesta de orden metodológico. Una observación sistemática, un cuestionario de encuesta, el análisis de contenido de un documento, son instrumentos de distanciamiento que ofrecen por sí mismos una garantía de objetividad. Aquí el problema es de orden técnico: el valor de los resultados obtenidos está en función de la precisión del instrumento y de las condiciones en que se utiliza. Parece que el hecho de que el propio promotor de la experiencia ponga a punto y utilice el instrumento, no representa un inconveniente particular, sobre todo si asegura la concurrencia de otros observadores y otros investigadores para recoger y tratar los datos. Pero si nos colocamos al nivel del objeto de la investigación y de la hipótesis central que implica este objetivo, la respuesta es menos simple. Todo control está concebido para proporcionar una prueba. Pero, ¿una prueba de qué? Cuando se trata del control de la innovación, normalmente se intenta aprobar el valor positivo del cambio operado, la pertinencia del modelo comprobado. Éste es evidente que con o sin razón, siempre será dudosa una prueba de este tipo establecida por el innovador. Aunque sólo sea inconscientemente, sus interpretaciones pueden utilizar los hechos según sus propios deseos. Sobre todo, porque casi siempre está asegurado el éxito de una innovación, a mayor o menor plazo, según uno u otro criterio, porque una innovación no se reduce nunca a la introducción de un nuevo método o una nueva práctica sin que las demás variables de la situación se hallan modificado (en particular, la implicación del enseñante, su grado de confianza en los alumnos y en consecuencia, las motivaciones de los alumnos, la estructura de sub- grupo).

Supongamos ahora (ésta fue nuestra hipótesis), que deseamos utilizar la innovación como revelador de la dinámica y de las características de la situación educativa. El problema ya no está en probar que esta innovación es buena o mala. La prueba que se aporta, es la prueba, tan rigurosa como sea posible, de que las cosas han ocurrido de una manera determinada y de que éstos y aquellos problemas concretos se han planteado a la conciencia de los alumnos y a la conciencia del profesor. Por ejemplo, el papel de los fenómenos socio- afectivos en el proceso de enseñanza- aprendizaje o también la dialéctica de la iniciativa de las alumnas y las solicitudes de ayuda al enseñante. En este caso, el esfuerzo de elucidación no está orientado hacia el distanciamiento, como cuando unos proponemos un material y queremos reducir las distorsiones. Todo lo contrario, tiende a la reintegración del innovador y del investigador en que éste se convierte, digamos a la persona del investigador participante, en el sistema relacional considerado. La objetividad de sus palabras no puede resultar de un estatuto privilegiado que habría conquistado convirtiéndose en investigador (y reduciendo al mismo tiempo a los demás al estado de conejillos de indias). No es sino su objetividad asumida y situada en la relación con los demás actores de la experiencia. (*) Sin embargo, en el presente caso, Gilles Ferry habla de la no- directividad como técnica, y manifiesta que personalmente al referirse a su experiencia, prefiere utilizar el término de “inspiración orientación de estilo no- directivo”, basándose esencialmente en la introducción de una nueva relación a desarrollarse entre educador- educando, más que en los frutos y en las metas de esta nueva relación, es decir, para Ferry, la educación como modelo de liberación, no se centra, ni en el educando ni en el educador, sino, en la relación que se desarrolle entre uno y otro, así como las discusiones y confrontaciones entre alumnos constituyen la esencia de la enseñanza, y en donde la autoridad del profesor o enseñante en su sentido tradicional debe ser abolida, en donde el enseñante aparezca ante los ojos de sus alumnos y ante sí mismo como un practicante de la comunicación, Relación pedagógica, en la cual no sólo se implica la relación enseñanteenseñado, sino, la relación entre alumnos y la de éstos con el grupo a nivel inter- individual e inter- grupal, y en donde la actividad del enseñante consiste en ayudar a sus alumnos, partiendo de su nueva posición en el grupo; es decir, a desarrollar sus iniciativas y trabajo. Claro está, en esta modalidad de trabajo en clase, utilizada por Gilles Ferry, de pequeños grupos, obliga a una mayor interrelación e interacción, a una toma de posición y de palabra, respecto al trabajo personal y al de sus compañeros, así como a un control de su propio desarrollo a través de la relación de los otros, a la cual no están acostumbrados los alumnos. Situaciones que en más de una oportunidad son estimulantes y angustiantes a la vez, por la libertad ante la cual se encuentran, al igual que a los roles que deben desempeñar. Esta experiencia nos muestra que no existen fórmulas para la práctica del trabajo en grupo, pero nos abre una nueva perspectiva sobre lo valiosa que puede ser una experiencia de orientación no- directiva, a pesar de encontrarse en un contexto de enseñanza tradicional, con lo cual nos demuestra la posibilidad y el éxito de esta nueva metodología pedagógica. (*) Comunicación horizontal que viene a ser el sustentante de una nueva Gilles Ferry “La practique du travail”

V. LA AUTOGESTIÓN PEDAGÓGICA Y LA PEDAGOGÍA INSTITUCIONAL – MICHEL LOBROT.


Seguidamente trabajaremos sobre la obra de Michel Lobrot y algunas de sus ideas sobre la autogestión pedagógica y la pedagogía institucional. A pesar de que todo el trabajo de Michel Lobrot es de suma importancia, para quien se cuestione sobre la educación, no podemos realizar en el presente trabajo un resumen completo de ella; por lo que recordaremos para situarnos en parte de su trabajo que Lobrot se ha distinguido a través de sus trabajos por el interés que ha puesto en el estudio de los problemas concernientes a la educación y en ella a la relación pedagógica maestroalumno y que considera que de todos los problemas que plantea la educación, el más importante es aquel que reviste las “relaciones humanas”. Al igual que Gilles Ferry, se ha revelado contra la tarea que le ha impuesto nuestra sociedad (burocrática) al maestro en su relación con el alumno. Tarea que en su concepto es mínima respecto a la que debe desarrollar la sociedad misma, pero que se ha dejado al maestro, imponiéndole el desempeño de una relación de autoridad sobre el niño, sin considerar que para la formación de hombres verdaderamente libres, la relación maestro-alumno debería ser una relación de colaboración y de diálogo y no de control de adquisiciones. Dado el objeto del presente resumen, nos vemos obligados a mutilar su obra y partir de algunos conceptos y definiciones elementales pero sin entrar en detalles en ellos, estas definiciones son: en groupes”.

“La autogestión política como el conjunto de las actividades y decisiones de un grupo para lograr su propia defensa contra todas las amenazas del interior y del exterior y La autogestión terapéutica como el conjunto de actividades y decisiones de un análisis y de un paciente para llegar a la expresión total de la vida íntima, las fantasías y los problemas de éste último Y seguidamente nos señala que ni el grupo de autogestión política ni el grupo de autogestión terapéutica logran hacerse cargo de la totalidad de las actividades principales de los miembros del grupo”. Así pues, de lo anterior parte para llegar a la conclusión de que la autogestión debe ir todavía más lejos de estas dos actividades, preguntándose, ¿cómo introducir la autogestión en la vida social misma?, o como él mismo lo explica, en las actividades o necesidades vitales de los hombres de existencia o de necesidades de creación y comunicación. El primer esbozo o intento de solución se realizó en los Estados Unidos alrededor de 1945, con la creación del “grupo de diagnóstico”. “Se cuenta que la idea del “grupo de diagnóstico” surgió por primera vez un día en que profesores universitarios se hallaban reunidos para hablar de los estudiantes y éstos interrumpieron en la sala de reunión y pidieron a los profesores que les informaran sobre el análisis realizado. Los profesores advirtieron entonces que era más útil a los estudiantes www.ts.ucr.ac.cr 39 que se les permitiera trabajar solos, con solo ayudarles a funcionar en grupo, que mantener en ellos la relación tradicional del “curso magistral”, o de la directividad pedagógica. De pronto se había descubierto el principio de la “no- directividad” en pedagogía; es decir, el principio según el cual el profesor- burócrata debe abandonar sus prerrogativas y sus derechos, para dejar que los educandos trabajen y se organicen solos; sin embargo, debía seguir a disposición de éstos. ¿Porqué no continuó el movimiento en este sentido? ¿Cómo se llegó a la idea del grupo experimental y efímero, separado de la Universidad misma y “conducido” en una institución especial por psicólogos profesionales?

Pero el movimiento que originó esta experiencia no continuó, debido a que significaba el cuestionar la estructura de la sociedad norteamericana y hasta el llegar a una modificación total de la misma, lo cual no era, sin lugar a dudas, el objeto de los investigadores norteamericanos, por lo que recurrieron a la creación de grupos experimentales, con lo que se podría, a través de un tiempo determinado, elaborar conceptos de psicología social y con lo cual no sería el profesor mismo sino sus alumnos, los que cuestionarían al profesor tradicional, sino otro exterior a él, que mantiene con los “clientes” un tipo de relación “ideal”, en marco ideal. De estas experiencias surgieron las primeras elaboraciones teóricas del grupo de diagnóstico, completamente artificial y del cual se sacó ventaja, debido a su heterogeneidad, condición que se consideró “sine- qua- non”, pero que a raíz de la misma, desvirtuó el principio de la “no- directividad” que le dio origen, nos señala Lobrot que esta condición de artificialidad determinó en parte, el número de participantes o miembros del grupo, que se consideró conveniente, no debía de sobrepasar a quince individuos (con lo cual se excluía su posible inserción en un sistema de educación nacional, cuyos grupos sobrepasan en general el número de treinta) y la actividad del instructor, a quien los participantes del grupo, solicitaban asumiera el papel de “profesor tradicional”, no aceptando en un principio el que se les dejara la elección integral de sus actividades; pero que dada la posición de éste, el cual no se encontraba en el grupo en condición de enseñante, pudo negarse a esto e inclusive a brindar información sobre sus conocimientos y hasta a intervenir en el contenido de la discusión del grupo; para colocarse en una posición no- directiva y realizar un análisis de los procesos del grupo. Es ésta una de las razones por las cuales no se acepta que los participantes en un grupo de diagnóstico, pueda tener otras experiencias que no sean aquellas que se desprenden del plano afectivo, ya que este análisis del proceso del grupo, realizado en el “aquí y ahora”, del mismo, no permite a los pacientes obtener enseñanzas del tipo intelectual. A su vez, se considera que existen otros problemas de difícil o imposible solución para que el grupo de diagnóstico se constituya en una nueva forma de enseñanza o de relación pedagógica cuales son:
a) Las estructuras oficiales, pero esto no impide que esas estructuras existan o lo que es lo mismo, ¿cómo se podría introducir en las escuelas oficiales, que son íntegramente burocráticas, un principio nuevo no- burocrático? ;
b) La intervención de un profesor que no organiza el trabajo de un alumno desde fuera, no puede ser de utilidad alguna; recordemos que el contacto, el diálogo con personas de mayor experiencia intelectual y/o de investigación, son indispensables al individuo más joven, que aquel que desea formarse y adquirir una cultura, y si los instructores de un grupo prefieren adoptar un modelo nodirectivo, y contenerse con realizar un análisis, de un modo u otro del “aquí y ahora” de los grupos que son instructores, esto impide ese contacto y diálogo del que hemos hecho referencia.

Además, a esto se debería sumar, que aún y cuando aceptaron los instructores del grupo de diagnóstico abandonar ese papel, la mayoría de científicos e investigadores que podrían ser útiles a los jóvenes, se encuentran en el seno de la educación nacional, lo cual les obliga a aceptar el modo de intervención burocrático impuesto por ésta y la idea de hacerse abandonar ese sistema sería utópico, ya que tanto los padres como los niños prefieren el sistema de la educación nacional. Así pues, sería necesario encontrar nuevas formas de intervención pedagógicas, para que estos investigadores y científicos pudieran realizar un trabajo en el seno de este sistema. c) Si se admite la idea de que el sistema de Educación Nacional debe transformarse desde dentro, es necesario admitir, por otro lado que, el grupo de diagnóstico no puede trasladarse tal cual es en el sistema de educación nacional, en tanto éste no se transforme completamente seguirá imponiendo programas, organizando exámenes y ejerciendo presión sobre los docentes. Y el grupo de diagnóstico por el contrario, exige la ausencia de estas presiones.

¿Cómo conciliar esta dicotomía, sin contar, como ya lo hemos dicho, que una de las condiciones del grupo de diagnóstico es no sobrepasar el número de miembro de quince, y que los grupos del sistema de educación nacional en general superan esta cifra? Son estas algunas de las razones con las cuales se nos muestra que el grupo de diagnóstico, creado artificialmente por los investigadores norteamericanos, es incompetente como fórmula única de formación, y que no es más que una de las tantas aplicaciones del principio de la no- directividad.

 Con el análisis presente podemos introducirnos en la autogestión pedagógica, fórmula creada por algunos docentes y pensadores franceses, luego de probar que no sólo el grupo de diagnóstico era ineficaz en la enseñanza, sino también las ideas de la “nueva pedagogía” y: escuela moderna”, que aunque más se aproximaba a ésta, no alcanzaba a tocar los verdaderos intereses de los educandos. Estos pedagogos, se caracterizaban por una intensa preocupación política, de ahí que llegaran a comprobar que la escuela actual padece no sólo por falta de celo o competencia de los docentes del mal de la “burocracia”, sino que los practicantes de la dinámica de grupo, se desinteresaban tanto de los problemas y fenómenos institucionales actuales en su conjunto, a los cuales no respondían ni cuestionaban. Se demuestra que los participantes en los grupos de diagnóstico caen en una falacia, al creer que el grupo de diagnóstico no tiene relación con las instituciones de las que se separa, y con lo cual nos señala que no podemos actuar como si las instituciones no existieran, porque el hombre está determinado en primer lugar por la sociedad en que vive y que sus angustias y sentimientos dependen de ella. Así pues, el grupo de enseñantes percibió éstas y algunas otras insuficiencias, por lo que dieron a su movimiento el nombre de pedagogía institucional, para demostrar que querían atacar prioritariamente las “instituciones” a efecto de crear otras nuevas. Sin embargo, esto no fue suficiente, hacía falta crear nuevas fórmulas que permitieran alcanzar esta meta.

Por ésta y otras razones, los partidarios de la pedagogía institucional decidieron ir más lejos de su práctica, comprendieron que por su condición de docentes y no de administradores no podrían cuestionar las instituciones en que trabajaban y, menos aún el sistema de la educación nacional, encontrando como única salida a su situación, el introducir la “autogestión pedagógica” en sus clases, a través de una nueva relación maestro- alumno. ¿Qué debe entenderse por autogestión pedagógica? El principio consiste en colocar en manos de los alumnos, todo lo que es posible; es decir, no la elaboración de los programas o la decisión de los exámenes, que no dependen ni del docente ni de sus alumnos, sino el conjunto de la vida, las actividades y la organización del trabajo en el interior de ese marco. No solo los alumnos pueden trabajar o no, sino además, pueden decidir por sí mismo sus relaciones “aquí y ahora”, sus actividades comunes, la organización de su trabajo y los objetivos que pretenden perseguir. Tienen, pues, en sus manos, las instituciones de su clase, que pueden, según sus casos, dejar en suspenso, constituir de acuerdo con nuevos modelos o de acuerdo con modelos tradicionales, etc.

¿Qué es el docente en este sistema? No queda excluido o ausente como una pedagogía de laiser- faire, sino que interviene en el marco de acuerdo con las modalidades fijadas por los alumnos que puede, según los casos, utilizarlo poco, o por el contrario, pedirle explicaciones, que precise ciertos puntos, que intervenga en las discusiones con ellos, etc. El principio consiste en que se limite a responder a la solicitud de los alumnos. Solicitud que puede tender a tres clases de intervención:
1. Intervención en el análisis; es decir, refleja al grupo la imagen de su forma de funcionamiento, sin interpretaciones sobre la vida del mismo o de lo que hace,
2. Intervención en la organización; el docente en este caso puede aconsejar al grupo sobre la organización, o brindar modelos de funcionamiento,
3. Intervención en el contenido; en este aspecto el docente interviene como la persona que posee un mayor bagaje de conocimientos y al que se puede recurrir en busca de ellos, puede brindar información, realizar síntesis, clarificar ciertos puntos; en otras palabras, no rehusa compartir sus conocimientos y sus ideas, sino que los comparte con el grupo de acuerdo a su situación.

Este principio de la solicitud es de suma importancia en la pedagogía institucional y se llegó a él, considerándolo como la única manera de respetar una no- directividad en el grupo, y en el cual se inserta el docente de acuerdo a un cierto estatus, sin intervenir ni en la vida del grupo, ni en la definición de su trabajo, ni en la elaboración, sino de acuerdo con la solicitud de los alumnos.  “Destaquemos que lo único que el docente no puede hacer, es responder a las solicitudes de los estudiantes con miras a restablecer su viejo estatus; ésta no es una limitación añadida a priori al “principio de la demanda”, sino la aplicación de otro principio que acompaña naturalmente a la autogestión; es decir, que el docente es dueño de sus decisiones, y en particular es dueño de decidir si responderá a la solicitud y en qué términos lo hará. Dicho de otra manera, el docente sólo puede responder a la demanda o solicitud, pero no responde necesariamente a todas las solicitudes. Si lo hiciera, perdería, a su vez, la libertad y se convertiría sólo en una máquina en manos de sus alumnos”. (*) La razón reside en que el término de no- directividad connota sólo el aspecto negativo de la actividad que debe asumir el docente o instructor; es decir, que no debe intervenir como autoridad en el sentido de “maestro tradicional” que fija desde el exterior del grupo de clase, las actividades de éste. En realidad, la no- directividad se manifiesta a través del silencio; silencio que viene a ser a un cierto nivel, la expresión suprema de la autoridad. Pero no se manifiesta sobre lo positivo que han o debería haber en los miembros del grupo para establecer cierto tipo de relación e instituciones. El interés de la autogestión pedagógica como el del grupo de diagnóstico, reside en tomar a los individuos allí donde se encuentran y permitirles dar tantos pasos adelante como puedan, mientras se debaten con sus fantasmas de dependencia y de contradependencia, sin que otro individuo vaya a resolver sus problemas y suprima su crisis, restableciendo el mecanismo de la directividad, de las consignas y de los programas. (*) Idem.

Recordemos que uno de los reproches que le puede hacer a la nueva pedagogía o escuela nueva, es el de querer hacer trabajar a los alumnos partiendo de intereses supuestos por ella, pero que no pertenecen en la realidad a los alumnos, olvidando que la mayoría de los alumnos en las escuelas o liceos, no tienen deseos de trabajar sino de comunicarse con sus compañeros o de hacer no importa qué, inclusive soñar, menos trabajar sobre intereses que no les pertenecen. Siendo ésta la razón por la cual el interés de la autogestión pedagógica reside en partir de necesidades reales de los alumnos, para llegar talvéz a un verdadero trabajo. No se puede negar que los programas y el paso de los exámenes continúa gravitando sobre ellos, pero este problema no es el mismo si éste depende del docente. La situación en este caso es que el maestro no existe como intermediario imponiéndoles el programa o las actividades.

De esta manera, la autogestión pedagógica alcanza a convertirse en grupo de trabajo efectivo, partiendo de motivaciones que son, las más de las veces, ajenas al trabajo mismo; es decir, que pueden surgir a través de motivaciones verbales, de la percepción de la motivación de otro, e incluso del aspecto exterior de una tarea. La pedagogía institucional se define, pues, por una parte, por la ausencia de poder en un grupo dado y por otra, por la posibilidad dada al grupo de encontrar para sí instituciones satisfactorias, gracias a las iniciativas divergentes de los participantes.
Michel Lobrot nos muestra ésto concretamente en un grupo autogestado desde el punto de vista del mismo grupo, antes de considerarlo desde el punto de vista del instructor. En el primer caso tenemos en realidad tres categorías:

a.) El campo motivacional, todos los individuos de un grupo poseen diferentes motivaciones y éstas pueden ser contradictorias y hasta divergentes, pero si recordamos que el interés de este procedimiento desde el punto de vista pedagógico, es tomar a los individuos donde se encuentran y ayudarlos a dar tantos pasos como sea posible, lo importante en este caso es que las motivaciones se manifiesten.
b.) El campo de decisión, cada cual tiene la posibilidad de decidir, partiendo de sus intereses o de los intereses de los otros. Esto, no implica la totalidad de sus intereses pero se da el caso de que un proyecto X puede coincidir con su propia actividad y la del grupo.
c.) El campo de las actividades, los proyectos promueven o no actividades, según su aceptación y éstas, a su vez, satisfacen las necesidades de los miembros del grupo o la modificación del estado del mismo con miras a la satisfacción de éstas o la realización de decisiones. En la historia de un grupo, el campo de actividades se modifica constantemente, en torno a un cierto número de modelos psicosociológicos que es importante analizar.

1. El modelo de la apertura; es decir, de la comunicación entre los individuos por el placer de la comunicación y toda la dinámica de grupos que se desprende de ésta.
2. El modelo de la circulación; todos o algunos de los miembros del grupo intentan hacer circular su palabra en las interacciones, con lo cual se llega a proposiciones concretas.
3. El modelo de la organización del trabajo; todos los miembros intentan una organización del trabajo que les satisfaga a sí mismos o a algunos. En este aspecto algunos miembros pueden aún, considerar el trabajo sea solo en compañía de uno o dos participantes.
4. El modelo del trabajo mismo, éste varía según su naturaleza y se le considera bajo los aspectos de elaboración y creación como del de cooperación. Estos modelos no constituyen momentos en la historia del grupo, sino, fórmulas en torno a las cuales se reagrupan las actividades. 

Según los grupos, se puede encontrar una utilización variada de éstos modelos, o bien, un modelo único, al cual se le llega a través de una progresión regular o desarrollada de los modelos utilizados. En los grupos más heterogéneos, debido a su composición, tienden a estructurarse en torno a modelos divergentes, lo cual implica una división en pequeños grupos, según sus intereses (otra forma haría difícil su funcionamiento). Esta separación es considerada como la fórmula, aunque no siempre “instituye la oposición latente entre los individuos”. El modelo contrario lo encontramos en el grupo homogéneo, el cual es general, se estructura más o menos rápido, en torno a una sola fórmula. Lobrot considera esta descripción un tanto superficial por lo que trata de profundizar un poco más, situándolo a un nivel psicológico, profundizando en los verdaderos intereses del grupo; es decir, en la angustia y el miedo que engendra la estructura exterior y hasta la sociedad global.

En este nivel se considera a quienes se deciden a realizar un trabajo porque desean ganar un examen, o bien, ser mal juzgados por la sociedad, situación que no representa en el fondo interés alguno en sí, salvo por la dinámica que engendra a nivel de la organización, lo cual redunda en una experiencia positiva para los individuos, debido a los obstáculos que deben salvar y desde este punto de vista, el valor de la autogestión es pues, de considerable importancia. El beneficio sería aún mayor si no existiera esta presión exterior, pero considerando el impulso intrínseco que lleva implícito el proyecto, es en sí mismo, bastante satisfactorio.

El segundo caso, es aquel de los participantes que se sienten menos presionados por las exigencias exteriores y más por la auténtica investigación, para ellos que no son insensibles a estas exigencias logran orientarse en el sentido que ellos ordenan, en cuyo caso los resultados no son tampoco despreciables, aunque su dinamismo fundamentalmente disminuye. Como último caso, podemos considerar aquellos que son completamente insensibles a toda presión exterior y no presentan interés alguno por el trabajo intelectual y en cuyo caso vemos que adoptan generalmente el modelo de apertura, el cual desde el punto de vista pedagógico es siempre provechoso. www.ts.ucr.ac.cr 50 De todos modos, sean cuales fueren las motivaciones profundas y los modelos a los que se impulsen, sea cual fuere la homogeneidad del grupo, hay pocos participantes que aspiran a un trabajo de investigación o de elaboración auténtico. La motivación más adecuada se sitúa todo lo más, en el plano de la investigación organizada. Cabe preguntarse cómo en estas condiciones, la autogestión puede presentar una ventaja cualquiera para lograr adquisiciones, asimilar conocimientos o enriquecerse intelectualmente. La pregunta solo podría ser negativa si se considera la vida mental de manera mecánica, como a menudo se hace, si se admitiera por ejemplo, que el solo enriquecimiento mental posible consiste en integrar informaciones, aprender más, o alguna otra cosa por el estilo. En realidad, la dinámica del grupo autodirigido como de todo grupo en el cual el individuo puede expresar sus necesidades esenciales, engendra no sólo una satisfacción de esas necesidades y de los intereses, una reestructuración de la afectividad fundamental. La personalidad se modifica, evoluciona y se convierte en “otra”. Se produce un fenómeno esencial que se llama vulgarmente “educación”. La autogestión, contraria al trabajo en equipo que conduce a una simple convergencia de actividades, permite una experiencia existencial, cuando el participante del grupo descubre a través de la simple conversación o de la estructuración de un cierto “orden” la confrontación de las ideas mismas que le permiten vivir los intercambios y las influencias que deberían producirse normalmente en una sociedad no mecanizada.

Lobrot no cesa de insistir sobre los aspectos positivos de la autogestión, y por tal razón vuelve al caso del grupo heterogéneo, sobre el cual señala, que corre el riesgo (dada su naturaleza) de evolucionar en dirección al malestar y la separación, pero que esta heterogeneidad inicial puede ser a la vez de gran beneficio para aquellos que no desean trabajar, partiendo de la suposición de que el interés mostrado por los otros, despertará en los otros su deseo de experimentar. Asimismo, parte del supuesto de que la experiencia que cada cual tiene por su trabajo es, a la vez, influida por el espectáculo de la experiencia del otro; a raíz de lo cual concluye que: el grupo heterogéneo tiene la posibilidad de lograr cierta homogeneidad respecto de los intereses, pues éstos se modifican considerablemente y hasta pueden transformarse por entero. Sin consideramos al grupo inicialmente homogéneo centrado sobre su trabajo cooperativo, es evidente que éste permitirá que los individuos progresen por el camino en el que se han interesado y que al enfrentarse unos con la actividad de los otros y su manera de abordar los problemas, se producirá consecuentemente una circulación de las informaciones y de los descubrimientos, en la que se integra la intervención técnica del docente o instructor. La progresión de los participantes la apreciamos a partir del momento en que se obligan a explicar sus puntos de vista y a justificarlo, con lo cual se vuelve al mejor modo de formularse a sí mismos los propios conocimientos, “visto desde este ángulo el grupo autodirigido no es tanto un grupo que hace nacer la necesidad como un grupo que permite satisfacerla, por una acción libre y de ensayo que cada cual adopta por sí mismos”. No posee esa rigidez del grupo tradicional sumido a una autoridad. Es creador en la medida en que cada uno de sus miembros puede mostrarse activo en él.
También puede decirse que el beneficio esencial de la autogestión reside en el hecho de que cada uno de los participantes parte de sí mismo y se apoya en otro. Partiendo de sí mismo, está sin cesar implicado y apoyándose en otro, está sin cesar ayudado. La dialéctica entre el yo y el otro se realiza al máximo. Seguidamente podemos situarnos en el plano del monitor, del docente que ha renunciado a su poder, preguntándose, ¿qué puede hacer?, ¿qué piensa?, ¿de qué puede servir?. Angustia que no deja de ser un problema en la medida en que corre el riesgo de ser mal percibida por el grupo y en esencial porque impulse al instructor o monitor a presentar la experiencia bajo un aspecto inadecuado o falso. Lobrot vivió esta experiencia y nos relata que un grupo de “pedagogos institucionales” pensaba que era necesario presentar a la clase el método que se emplearía diciéndoles que ellos mismos tendrían que organizar su trabajo y que éste quedaría bajo su responsabilidad. En su concepto, esta es una manera falsa e inadecuada de presentar la experiencia, porque obliga de golpe a los participantes a un trabajo que la mayoría de los miembros del grupo no desean hacer. En este caso, es hacer gravitar sobre el grupo el peso de una condena implícita en este caso de que no realizaran trabajo alguno.

Es conveniente, en tal caso, desde el inicio de la experiencia, dejar al grupo en completa libertad y que haga lo que le plazca, pero, a partir de este momento ¿qué puede hacer el docente?. La respuesta que nos sugiere Lobrot es guardar silencio. El valor del silencio por parte de quien ha detentado el poder de hablar, de dirigir y dar consignas es el gran descubrimiento de la técnica psicoanalítica, “el silencio sistemático y prolongado es la concretización de la no- directividad; es la no- directividad en acto”(*) El silencio no puede prolongarse indefinidamente, pero debe romperse siguiendo normas precisas: En primer lugar, el docente o monitor puede ayudar al grupo en su esfuerzo por alcanzar la palabra. La interpretación de los mensajes es considerada como peligrosa para Lobrot, ya que es factible que el monitor caiga en el error de hacer juicios de valor, por lo que en este caso nos recomienda recurrir al análisis rogeriano, previniéndonos, a la vez, no caer en un estudio etiológico. Nos dice que lo más útil aún es el análisis del mensaje; el cual consiste en la descomposición del mensaje en sus diferentes fases y en su progresión, y sobre todo en el reflejo de los sentimientos, a través de la revelación de los sentimientos efectivamente percibidos por el docente.

A su vez, el análisis rogeriano puede convertirse en un análisis institucional, ya que tiende a “reflejar los esfuerzos del grupo por darse instituciones o un estudio objetivo sin juicios de valor de las instituciones efectivamente descubiertas”(*), y más aún sobre la base de este análisis, poco a poco pueden crearse lazos y relaciones de gran importancia posterior entre el grupo y el monitor o docente. Es conocido el principio de la demanda o solicitud, al igual que el cómo el docente puede desempeñar un rol de técnico de la organización e incluso de informador, pero Lobrot nos lleva aún más lejos, cuando nos dice que éste debe limitarse a un rol de consultante nada más. Lobrot conoce profundamente el problema, por experiencia sabe que el grupo percibe con suma rapidez toda intervención como una forma de consigna y dado su estado de dependencia para volver nuevamente al sistema tradicional. A través de este método el docente se va integrando al grupo progresivamente, introduciéndose en el campo de decisión él mismo, como un objeto se integra en el campo de la conciencia de un individuo por la medición de su afectividad. Al finalizar el proceso, el docente puede verdaderamente dialogar con los miembros del grupo, comunicar sus ideas y transmitir su conocimiento, ya que se encuentra exteriorizado, el vivido como miembro integral que se comunica con el grupo de igual a igual. “La relación de amistad- meta de toda pedagogía auténtica se encuentra verdaderamente realizada. Sólo en ese momento la mayor riqueza que hay en él y que no (*)Idem. www.ts.ucr.ac.cr 55 es un “mito” puede servir afectivamente para otra cosa que ser temido y adorado como una divinidad”(*) Seguidamente podemos apreciar aún otro problema cual es cómo se debe considerar la demanda de un grupo como verdadera y a cuales demandas o solicitudes debe el docente dar respuesta. En toda experiencia de autogestión, es corriente que algunos individuos, particularmente angustiados o dependientes se dirijan al docente solicitando su intervención. Es evidente que éste no puede responder a todas las demandas, y que, aún las solicitudes más generales pueden no ser colectivas, por lo que no hay procedimiento al respecto que puedan ser considerados como privilegiados. En el presente caso, el docente sólo debe intervenir cuando sienta, que la demanda es verdadera aún si es explicada por un solo miembro, a través de una exploración sistemática, y siempre teniendo en cuenta que el grupo es el soberano en sus decisiones y que él debe someterse al acuerdo explícito del grupo. Y aún puede presentarse otro problema, a saber, cuál es la posible intervención del docente ante la solicitud del grupo de asumir una actitud disciplinaria contra uno o varios miembros del grupo. Lobrot es tajante al respecto; en su opinión, una intervención al respecto del docente está completamente excluida de su campo de actividades, salvo si se tratara de tomar medidas contra un miembro que amenazara la integridad física de otros. (*) Idem.
Otro de los problemas, por cierto de suma importancia en todo grupo autogestado, es saber detectar cómo siente el grupo al docente, así como cuál puede ser la actitud del docente frente a este sentimiento. Tanto el psicoanalista como la dinámica de grupo han insistido mucho en los fenómenos de dependencia, contra- dependencia, transferencia y contra- transferencia, pero estos problemas no tienen la misma dimensión ni en el grupo de diagnóstico ni en el grupo autogestado, en el cual, si bien en un primer momento se espera del docente que actúe como tal, la decepción del grupo frente a su nueva actitud es tan grande que a menudo reacciona por la ironía, la agresividad, la inquietud y el desprecio; sin embrago, poco a poco, toman conciencia de que no pueden contar con él y que deben hacerse cargo de su situación, actuar y trabajar. Sólo esta aceptación puede integrar al docente con otro estatus. Como puede verse, los problemas de carácter psicológico que hemos mencionado antes, no pueden presentarse debido a la diferencia de la relación, como ocurre por ejemplo en la cura psicoanalítica.

A este nivel puede presentarse más bien otro problema, llamado por Lobrot y seguidores de “complicidad” y que consiste en el seguimiento del grupo de solidaridad con el docente en su actitud y rechazo a asumir toda actitud de poder, solidarizándose con él y atribuyéndole sentimientos de odio o de venganza, solicitándole que les sostenga en su rebelión contra los otros o la institución, de ahí a querer comprometerlo o solamente hacerlo hacer actos que lo comprometan no hay si no sólo un paso, y evidentemente, el docente no podría renegar de sus miras fundamentales, si éstas le llevan demasiado lejos. Lo único que puede hacer en la presente situación es alentar a los participantes del grupo (*) Idem. a que profundicen en su propia rebelión con el objeto de que lleguen a un sentido más concreto y eficaz y que no se pierdan en aspiraciones quiméricas, que lleguen a dañarles sin dañar a la sociedad misma. Este aspecto es eminentemente formal, recordemos que el problema del adolescente consiste en superar una simple rebelión verbal, emocional, para llegar a actitudes adaptadas y realistas que tiendan a la transformación de la sociedad, integrándose a la vez en ella. En éxito consiste en que la rebelión del adolescente, no se pierda como ocurre las más de las veces. Siguiendo con nuestro análisis llegamos al problema del poder sobre el cual no habíamos profundizado, partamos del poder en su sentido político, el cual presupone esencialmente instrumentos de poder que supone: “Esencialmente el hecho de que tal individuo o tal grupo de individuos tiene en sus manos medios tales que pueden, de manera casi mecánica, hacer realizar a los otros actos que éstos no tienen deseos de llevar a cabo, que pueden ser, según los casos, actos negativos como no robar, no matar, etc., o actos positivos como trabajar, etc. Para realizar esto se requiere de un cierto número de condiciones:
a.) La primera condición es crear una amenaza, que para que sea eficaz debe apuntar contra las necesidades vitales del individuo, es ejercitada a través de una violencia,
b.) La segunda condición es que dicha amenaza no pueda ser evitada, si se evita, el que la ejerce pierde poder ante el amenazado,
c.) La tercera condición es que esta amenaza no pueda tampoco ser desviada, ni haya modo de escaparse de ella.

El docente, está igualmente investido de ciertos instrumentos de poder, ya que puede ejercer cierto número de castigos que aplican los órganos disciplinarios del establecimiento en que se encuentra, como por ejemplo expulsar de su clase y hasta del establecimiento o centro educativo a un alumno, o hacerle perder el examen si forma parte del jurado examinador. Pero el docente que practica la autogestión en su clase, renuncia a todo poder de esta especie. Por tal razón, la crítica que se le puede hacer a la autogestión es que ésta sigue ejerciendo el poder aunque de otra manera es rechazada tajantemente por Lobrot, recordándonos que todas las actitudes del docente tienden a abandonar el poder en la medida de sus posibilidades y que lo único que puede ocurrir, muy a su pesar, es el que sus alumnos lo perciban como amenazante. Igualmente, se puede rechazar el argumento de que el docente de un grupo autogestado, pone en manos de sus alumnos el poder, esto es falso, ya que éstos no pueden ni poseen en ningún momento los instrumentos de poder de que hemos hablado, ni están investidos de tal por la autoridad superior cual es el caso del docente que renuncia a asumir actitudes de poder, además de esto, recordemos que la autogestión es un sistema o método que consiste en la abolición de todo poder en el seno de la clase, o de manera general en el seno de la célula social considerada. ; Así pues, si el grupo funciona según el principio de la autogestión, “educa” a sus miembros sin saberlo, pues los vuelve autónomos, independientes y creadores.

Haciendo esto, prepara el advenimiento de una sociedad no burocrática mucho mejor que mediante su acción exterior. El grupo no sólo es autodirigido, sino además autoformado. Son éstas pues, las razones por las cuales abogamos por la introducción de la autogestión pedagógica, con la cual en nuestra opinión se educaría a la población, ayudando de esta manera a formar hombres autónomos, capaces de realizarse a sí mismos. El problema de la burocracia así como el de las relaciones de poder son de muy difícil situación o de nunca acabar, pero es importante analizar, cómo la autogestión pedagógica induce a los individuos a una lucha constante contra la burocracia, creando un funcionamiento interno en el grupo que les lleva a una modificación constante de las instituciones y de la creación de modelos más adecuados al ser humano. Así pues, el fin último no es introducir exactamente una nueva relación maestro- alumno, sino que se trata de promover una nueva concepción de la cultura y de la aculturación opuesta a la concepción tradicional.

BIBLIOGRAFÍA
  • Ferry, Gilles (1972). La practique du travail en groupe. Editorial DUNOP. París, Francia.
  • Freire, Paulo (1973). La Educación como Práctica de la Libertad. Editorial Siglo XXI. 9 a Edición. Buenos Aires, Argentina.
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  • Freire, Paulo (1975). Concientización y Liberación (Una Conversación con Paulo Freire). Editorial Instituto de Acción Cultural. Argentina.
  • Lapassade, Georges (1972). L’ autogestion pédagogique. Editorial Gauthiers Villars. París, Francia. 
  • Lobrot, Michel (1972). La Pedagogie Institutionnel. Editorial Gauthiers Villars. 3eme Edición. París, Francia.
  • Lobrot, Michel (1974). Ll’ animation non- directive des groupes. Editorial PAYOT. París, Francia.



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  1. Después de haber leído e texto realiza una comprensión sobre cada una de las teorías

  • TEORIA DE LA NO DIRECTIVIDAD  DE CARL ROGERS
  • TEORIA DE LA DINÁMICA DE LOS GRUPOS DE KURT LEWIN
  • TEORIA DE LA EDUCACIÓN COMO PRÁCTICA DE LA LIBERTAD DE PAULO FREIRE
  • TEORIA DE LA PRÁCTICA DEL TRABAJO DE GRUPO DE GILLES FERRY
  • TEORIA DE LA AUTOGESTIÓN PEDAGÓGICA Y LA PEDAGOGÍA INSTITUCIONAL DE MICHEL LOBROT
     2. ¿Cómo aplicarías o adaptarías estas teorías en tu proceso de aprendizaje como maestro en formación argumenta por qué?